¿Quién iba a
pensar que los sueños se vuelven realidad?
Rancid -¿Who would´ve thought?-
Cuando tengo
música, tengo un lugar para ir
Rancid –Radio-
Hay
recitales que marcan un antes y un después en la vida de cada uno. Ya sea por
fanatismo, gusto personal, o simplemente por estar en el lugar indicado en el
momento indicado.
El show de
Rancid en el Teatro Flores tuvo ese no-se-qué tan difícil de explicar con
palabras. ¿Por qué difícil? Simple: porque no se trata de efectos visuales, ni
de parafernalia, ni de esas poses de rockstars tan demodé. Si bien son cuatro
tipos arriba de un escenario con sus instrumentos y años de batallas luchadas,
tienen, en su armamento, un puñado de canciones inoxidables. Himnos
generacionales que te llevan a cantar hasta quedarte afónico; que generan una
sinergia por abrazarte con quien tenés al lado y no te importe su olor, su
sudor ni su ideología. Pura pasión. Exactamente eso dejó el paso de Rancid por
nuestro país.
Pese a tener
programada para el día siguiente una fecha en el festival Lollapalooza, toda la
incertidumbre y la magia se dieron lugar en el recinto del barrio de Flores. Una
suerte de batalla ganada por el público que rogó por un sideshow de su banda
preferida; también esa especie de mítica que otorga el ser testigo presencial
de un espectáculo que dejó mucha gente afuera acrecentando las ya agitadas
pasiones de los concurrentes.
El ambiente,
tanto dentro como fuera, contagiaba: amigos bebiendo, curiosos, sonrisas de
oreja a oreja y una fauna heterogénea que no podía contener la emoción
acumulada.
La velada
dio inicio cercanas las 20 hrs. de la mano de los reformados No Demuestra Interés.
Irónicamente, la banda hizo honor a la acepción más literal de su nombre,
sonando mecanizados y faltos de emoción y con un vocalista empeñado en imitar
en look y registro de Adrián Outeda, quedando a medio camino entre el homenaje
y la copia. Grandes temas como “Patea el slogan” y “Debes quitarte el uniforme”
surcaron un híbrido entre lo que supo ser la banda y una edulcorada versión de
Hermética.
Tras una
espera de 40 minutos pero que con la ansiedad se hicieron eternos, los
californianos tomaron por asalto el escenario dispuestos a arrasar con todos los
prejuicios que los puristas tenían acerca de su potencial en vivo. La banda
sonó ajustada; cada corte y cambio de ritmo estuvo donde debió estar, y pese a
tener por momentos tres voces al frente, TODO el show contó con la colaboración
de los casi 2.000 espectadores presentes. Por momentos no se diferenciaba si
nos encontrábamos en un show, en un estadio de fútbol o en una revuelta popular.
Era todo eso y más.
Sonaron los
infaltables de su discografía: el inicio de la mano de «Radio», que junto a «Roots
radicals» y «Journey to the end of the bay» formaron un triplete difícil de
superar e hicieron lagrimear a unos cuantos, «Fall back down», «Bloodclot», «Black
and blue», «Salvation» y un final apoteósico de la mano de «Time bomb», «The
way I feel» y «Ruby Soho» que dejaron sin voz a casi toda la audiencia. También
hubo lugar para las novedades y las perlas de la noche: una versión a guitarra
y voz de «The wars end» con TODO el estadio coreando, una incendiaria «I wanna
riot» que sorprendió a más de uno; la increíble «Hoover street» y esas joyas
invaluables como «Maxwell Murder», «St. Mary» y «Nihilism». Completaron casi
una treintena de canciones de un setlist IMPECABLE con la gente exultante que
seguía pidiendo más.
Rancid
celebra la amistad en muchas de sus canciones. Para ellos, en todas las
situaciones malas y difíciles de la vida siempre la amistad prevalece. Es un
sentimiento universal que atraviesa o atravesó a cada uno de los presentes.
Rancid habla de opuestos y mágicamente los logra unir: soledad/compañía, amor/desamor,
creer-en-algo/no-creer-en-nada…
Imposible resistirse a eso.
En un
momento del show el tiempo se detuvo. No hubo antes ni hubo después. Flotaba
una sensación de irrealidad. Redactar estas líneas pone la piel de gallina y
automáticamente me viene a la mente aquella gran frase de A77AQUE que reza «al
fin y al cabo era sentir y nada más».
Por eso no
importó escribir la lista de temas a la perfección, ni recordar las partes del show
más icónicas. Más aún, por momentos no creí poder poner en palabras a lo que
veníamos viviendo.
Sobraron
abrazos, sonrisas y muchas lágrimas. Demasiadas. Pude observar de las de
alegría como también las de tristeza, con toda la gama de emociones que abundan
en el medio de esas.
Seguramente
se omitirán muchas cosas y nos guardaremos otras, lo sé. Quizá sea producto de
la edad; quizá sea que los sentidos no se activan siempre que queremos, o
simplemente se deba al recorte subjetivo que cada uno realiza de la
experiencia. Pero de una cosa estamos seguros: nunca nos olvidaremos del primer
recital de Rancid en suelo argentino.
M.S / R.C
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