Decir adiós o decir todo de nuevo


Todo en la tierra se aleja alguna vez. La luna y el paisaje. El amor y la vida.
Jorge Debravo

Desde que nacemos nos enseñan a saludar. A dar la bienvenida como señal de buena educación siguiendo las reglas de una suerte de protocolo que se transmite como una tradición desde tiempos antiguos. La repetición constante genera acostumbramiento en nuestro cerebro al igual que una droga de diseño; nos programamos como seres serviles, bien aprendidos y esperamos lo mismo de los demás. Nos adaptamos más a una sonrisa falsa que a una mirada esquiva. Triste, sí, pero no menos cierto. Esas palabras que rompen el hielo y dan pie a una conversación a veces frugal y otras definitorias nos recuerdan por qué pertenecemos a la raza humana.
Lo complicado es decir adiós.
No existe manual que indique cómo hacerlo quizá porque tampoco lo enseñan en ningún lado. Ni en la escuela, ni en casa, ni siquiera en la calle. Decir adiós se asocia, racionalmente, con el perder. Decir adiós no da certezas sino incertidumbres; nos ubica en una posición pasiva donde nos encontramos con un lugar cada vez más vacío. Algo faltará en nuestra estantería de la vida y se hará notar cada vez que fijemos la mirada en el espacio deshabitado que dejó delante de nosotros.
Nos acostumbramos a todo: a los afectos, a las situaciones, a tener y no tener. Cuesta mucho desaferrarnos y resignar que algo o alguien ya no estará entre nuestras cosas. La rutina que da seguridad y los rituales que la sostienen tiemblan al saber que nada va a ser como era; que el juego cambió y tenemos que encontrar la forma de llenar ese lugar ya sin nada.
Decir adiós se aprende con ensayo y error, tanto para el que lo hace como aquel que lo sufre. Pero, irónicamente, desde que nacemos tenemos que despedirnos de muchas cosas. Tantas que necesitamos toda una vida para terminar de hacerlo. Nacemos despidiéndonos, por decirlo de alguna manera. Nacemos renunciando al seno materno, renunciamos al alimento que nos provee, renunciamos a cada metamorfosis de nuestro cuerpo, y cada duelo que atravesamos se ve teñido de ese halo de resignación que trata de no aferrarse a lo que alguna vez fue. Así y todo fracasamos con mucha frecuencia.
Nos aterra perder porque perder es quedar afuera. No volver a ver la cara de un ser querido, de un amigo, de una mascota o de un lugar nos llena de una ansiedad difusa; un pánico anticipatorio que poco hará para revertir las situaciones. El paso del tiempo y lo que no vivimos no nos dan la bienvenida. Más bien nos pone en lugares distintos, lejanos, preguntándonos que estará haciendo esa persona que nos desacostumbramos a ver, intentado no enfermar de futuro ni enloquecer de pasado.

Por eso mismo, los opuestos, el «hola» y el «adiós» se nos presentan como absolutos, la ausencia y la presencia se empeñan en no ser complementarios. Pero bien sabemos que no es así. Podemos estar lejos y al mismo tiempo sentirnos muy cerca. Apelamos al recuerdo –ese comodín tan frecuente- para sanar las heridas de todas las veces que dijimos adiós sin querer hacerlo.
Tal vez de tan lejos estemos cerca, leí por ahí alguna vez. Lejos de decir “adiós” y con más ganas de un “hasta luego”, es encontrar la bienvenida en la despedida y viceversa, ardua tarea en el aprendizaje de la vida.
Soltar y dejarse ir; partir y continuar; volar y florecer. Despedirse de lo que alguna vez fuimos e iniciar el viaje con la mochila repleta de muchos «adioses» por decir. El ayer, el hoy y el mañana que se saludan en un abrazo sentido y se desprenden como si fueran amantes anónimos.
Decir adiós puede significar crecer, como dice la canción. Quizá no siempre sea así y quizá queramos aferrarnos un momento y no dejarlo ir. Por puro capricho o con toda la razón del mundo, pero sabiendo que lo que hoy somos será distinto la próxima vez que digamos un “hola” mirándonos a la cara.

M.S



Sesiones en vivo (XIII), HOY: The Muffs en Niceto Club (Argentina) / 21-04-2017


Imágenes gentileza de Sebastián Michía (https://www.facebook.com/SebasMichiaFotografia/)

Hay shows que calan hondo en la vida de los espectadores. Sea por fanatismo, sea por nostalgia o simplemente por esa mezcla entre curiosidad y fortuna que alinea los planetas a nuestro favor.
Enterarse hace un tiempo de la visita de The Muffs a Argentina dejó a más de uno con la boca abierta, en especial a aquellos románticos que atesoraban su música como una posesión preciada. Ahora pensemos por un momento: ¿acaso no hemos tenido todos una banda fetiche que sentíamos nos pertenecía y nos regodeábamos con ello en silencio?
El show de los californianos representó en cierta forma eso: muchas personas compartiendo con otras a su banda fetiche, incrédulos por estar viéndolos tocar en vivo y al mismo tiempo con recelo por no haber sido el único con el placer de conocerlos.
Pelea de Gallos: Impecables. (Imagen: Matías Sosa)
El tentempié de la velada corrió por cuenta de Autopista, quienes sonaban de fondo mientras intentábamos ingresar al reducto de Palermo viejo. Continuaron los Pelea de Gallos, quienes brindaron un show impresionante, sonando ajustados y haciendo brillar sus pegadizas canciones con esa dosis justa entre Ramones y Stones (¿Ramstone?), se despidieron muy aplaudidos como una clara señal que deben ser más constantes con sus presentaciones en vivo. Bien por ellos.
Sin respiro casi, los Mamushkas se adueñaron de las tablas para mostrar su particular blend de influencias que tan bien saben amalgamar. Sonaron varios temas de su última producción “Mundo bomba”, más excelentes versiones de «First time» de The Boys –con partes de la relectura hecha por La Polla Records en “El avestruz”- y esa osadía maravillosa de versionar «Wish you were here» de Pink Floyd con vientos en un puro crossover ska-punk. Gran banda y gran show que dejó al público conforme y expectante para la llegada del plato principal.
Mamushkas: Contundentes. (Imagen: Matías Sosa)
Apenas minutos después, The Muffs copó el escenario para hacer lo que mejor saben: canciones pegadizas que repasan todo el abanico de emociones a través de la lente de Kim Shattuck, su vocalista, que se encarga de adornarlas con gestos naifs, épicas guitarreras, voces angelicales o gritos desgarradores, según el tema necesite. El resto de la banda acompaña sólida, en especial el baterista Roy McDonald quien despliega una potencia arrolladora y hace gala de un estilo similar al gran Keith Moon con sus redobles histriónicos e infinidad de monerías. Con una puesta en escena austera pero con sonido impecable dejaron bien en claro que su potencial se magnifíca cuando se enfrentan a una audiencia.
Realmente sorprendidos ante la convocatoria y las muestras de cariño del público argentino, se despacharon con una veintena de canciones, poniendo énfasis en quizá su disco más exitoso, el indispensable «Blonder and Blonder». Hubo así grandes versiones de «Lucky guy», «”From your girl»; una trilogía imbatible con “«Oh Nina»/«Agony»/« Sad tomorrow», la muy pedida «Outer space», algunas de su último disco como «Weird boy next door» y hasta se dieron el tiempo para presentar dos canciones nuevas próximas a editarse.
Kim Shattuck, a pleno. (Imagen: S. Michia)
Al ser una banda con hits para regalar, dejaron fuera de la lista de temas a gemas como «Everywhere I go»,«Lying in a bed of roses» y su ya casi propia versión de «Kids in America» de Kim Wilde. Tras un intervalo de pocos segundos, volvieron para completar el bis con un show muy dinámico y entretenido que dejó a la audiencia preguntándose cómo y cuándo esa banda indie/punk/pop/90´s/garage tan inclasificable captó sus sentidos y nunca volvió a dejarlos. 
The Muffs pasó por Argentina y ratificó su poderío en vivo, con el agregado de mostrar que todavía es posible divertirse arriba de un escenario y lograr empatía con una audiencia ubicada en un lugar muy lejano de los bares de California donde ocasionalmente se presentan. Si estuviste ahí, seguramente entenderás de qué estamos hablando; y si no, quizá sea hora de que los escuches para entender el motivo por el cual comenzarás a tararear sus canciones en cuestión de segundos.


M.S


Sesiones en vivo (XII), HOY: Traje Desastre en El Refugio (Pinamar) / 15-04-2017 + Entrevista Juan Papponetti


Tras recibir la noticia del show de la nueva banda de Juan Papponetti, tomamos la ruta nuevamente para presenciar una de las propuestas más frescas y originales de la escena punk rock argentina.
Los recitales pueden ser experiencias definitorias tanto para los músicos como para los espectadores. Tanto por lo que se genera arriba y debajo del escenario. Un recital multitudinario o un show para un puñado de fans. La música es universal y los efectos perduran tras haber terminado la experiencia.
El show de Traje Desastre en Pinamar fue un recital exclusivo. Exclusivo en la acepción más literal de la palabra, en donde una banda tremenda con un disco debut impecable toca para pocos como si estuviera tocando ante muchos. Eso convierte en creíble a cualquier propuesta, lo cual, en una época de amigos imaginarios y realidades virtuales, no es poca cosa.
La velada comenzó de la mano de los Cretin Family, banda oriunda de la ciudad de Santa Teresita. Practican un estilo netamente ramonero: temas con gancho, coros y todas esas cosas a las que nos malacostumbraron los cuatro fantásticos de Nueva York. Promediaron un set con varias composiciones propias y una excelente versión de «Slug» en castellano, dedicada a la memoria del gran Joey Ramone a 16 años de su fallecimiento.
Cretin Family
Tras el alejamiento de su banda de toda la vida y a un año y monedas de su debut (que casualmente ocurrió en una ciudad de la costa argentina) la agrupación de Juan retornó a sus fuentes para presentar su indispensable disco debut pero con el agregado del oficio que brinda un año de presentarse en vivo y aceitar la química del grupo arriba del escenario.
Repasaron casi la totalidad de su ópera prima, más algunos hits obligados de Katarro Vandáliko. Sonaron contundentes versiones de «Mudo y sin vos», «Adonde nos llevará» y «Naufragio», una incendiaria “Tormenta de altamar” y una emotiva “Separándonos”, entre otras. Papponetti tiene una pluma muy fina a la hora de componer hits inoxidables y el repaso de «Cuatro paredes», «No se qué pensar» y “Castillos de Naipes” hacen que cantes y corees cada una de sus partes, recordando por qué esperabas tanto esos contrapuntos de antaño con su banda anterior. Cerraron el show con su ya casi propia «Ciudad enferma» de los Buzzcocks y un atinadísima versión de «TCP» de The Boys con el riff de guitarra tarareado como la frutilla del postre de un show tremendo.

Lo mejor del punk rock argentino esta resumido en Traje Desastre: buenas canciones, un dúo de guitarras con vuelo y muy buen gusto que adornan esas melancólicas melodías tocadas con clase y oficio. Juan es un frontman distinto, desde su característica voz hasta su porte dan cuenta de infinitas batallas ganadas; cosa más que merecida tras venir batallando desde hace 25 años por ampliar el abanico de opciones dentro del acartonado punk rock local. Si tenés la opción de cruzarte con los Traje Desastre no dudes en asistir a uno de sus shows. No solo vas a salir tarareando todas sus canciones, vas a recibir una clase magistral de cómo se puede tocar punk rock desde un formato clásico.Hay veces donde es bueno dejar que un suceso desordene el concepto que tenemos de las cosas. Hay veces donde es hasta divertido no saber por dónde empezar y reagruparse ante el caos reinante. El desastre sirve de algo: para crear desde los cimientos, para volver a construir a gusto y piacere, para confirmar que se puede arrancar de cero y mostrar que con ideas, calidad, y empuje todo lo nuevo puede ser mejor.

M.S

Entrevista con Juan Papponetti de Traje Desastre: "La filosofía del punk rock es hacer lo que te gusta hacer, sin barreras, modas ni estereotipos".



Macondo Blues: ¿Cómo fue la transición de Katarro Vandáliko a Traje Desastre?
Juan Papponetti: Se dio de manera natural. Había muchos desencuentros artísticos y eso desgastó los vínculos. Yo soy una persona muy inquieta y dedicada, me gusta componer y evolucionar. En mi última etapa en KV me encontré tocando en vivo todo el tiempo, cosa que esta buenísima, pero no había ímpetu por componer material nuevo. Además, me sentía limitado a componer canciones que tenían que seguir el estilo de la banda y no podía volcar en las composiciones la música nueva que escucho y me influencia.
No fue fácil hacerme a un costado porque era mi proyecto de vida al cual le dediqué 23 años. Muchas canciones compuestas, forjar la banda desde cero… Fueron muchas vivencias, cosas buenas y cosas malas, pero que te dan un aprendizaje. Gracias a Katarro hoy puedo tocar en Traje Desastre y sentirme cien por ciento identificado con la decisión que tomé. La vida es esto: poder tocar en el Vorterix a sala llena y después tocar en un bar para 40 amigos. Lo pude entender hace un tiempo y es lo que resume la misión de la banda: tocar con amigos con quienes tenés un vínculo humano sano, fuerte, y que además de eso son muy buenos músicos.

M.B: ¿Qué influencias conservás y cuáles se incorporan en este nuevo proyecto?
J.P: Las influencias que me acompañan siempre son esa trilogía maravillosa formada por Stiff Little Fingers, Buzzcocks y The Boys más toda esa música maravillosa que nos legó la movida punk de los años 70. Pero estoy lejos de ser revisionista y nostálgico. Me gusta que mis discos suenen actuales, evitando los eslabones directos y apelando a similitudes efectistas. Ahora tengo más libertad a la hora de componer y puedo tocar un tema surf y después un blues. De hecho en nuestro disco (A la hora señalada) metimos un blues que queda perfecto en la estructura de la banda y tiene cohesión con el resto de las canciones que lo acompañan. También se filtran influencias del rock nacional de los 80 como Miguel Mateos, Soda Stereo, Los Cosméticos, Los Enanitos Verdes, etc. No tengo problema en mencionar estas bandas como inspiración ya que fueron parte del ADN musical en mi adolescencia. Muchas personas de esa época te dicen que la primera banda que escucharon fue Riff y no es así. Había mucha música dando vueltas por la radio y la televisión, pero siempre queda mejor decir que empezás por lo más pesado. No es mi caso. La filosofía del punk rock la defino con una sola frase: “Ser libre”. Es hacer lo que te gusta hacer, sin barreras, modas ni estereotipos. Todo eso y más fluye dentro de las composiciones y quiero seguir experimentado lo más que pueda con las variantes que te ofrece la música. Me gustaría coquetear más con el rockabilly o el psychobilly –dos géneros que me encantan- y que te demandan otra instrumentación, así que estamos trabajando en eso (risas).

       M.B: ¿Cómo “envejeció” A la hora señalada a un año del debut?
J.P: Muy bien. Por suerte hubo buena llegada entre el público y nos han devuelto impresiones de satisfacción. Es un disco que, a mi criterio, va a ser difícil de superar en ciertos aspectos. Tiene canciones muy logradas y que a mí me gustan mucho. Pienso en «Separándonos» y «Tormenta de altamar» y siento que logré un poco lo que tenía en mente a nivel compositivo. Por suerte, tanto en Capital como en el interior de país, e incluso de otros países de Latinoamérica, recibimos mensajes de aliento e invitaciones para tocar, lo cual nos pone muy contentos. Muchos músicos y personas allegadas a este ambiente nos han felicitado por la propuesta de la banda y lo que escucharon en el disco debut. Que gente como Pil Trafa o Mariano Martínez nos feliciten nos da mucha satisfacción. Pero como dije al principio, somos inquietos y ya tengo dos discos casi armados en la cabeza. Mi idea es poder sacar un disco al año y ser lo más prolífico que pueda, así que no puedo esperar para entrar otra vez al estudio y grabar las canciones que ya estamos terminando.

      M.B: ¿Proyectos?
J.P: Tenemos muchas fechas por delante. Hicimos dos ciudades de la costa argentina, hay fechas en Pablo Nogués, en el Salón Pueyrredón, en provincia de Buenos Aires. También salgo de gira con la banda de Honest John Plain (Guitarrista de los necesarios The Boys) por varias ciudades del país, lo cual es un honor y un mimo personal dado que soy muy fanático de su música y de todos sus proyectos.

 M.B: Si tuvieras que definir tu pasado, presente y futuro con una sola palabra ¿Cuál sería?
J.P: Para definir cualquiera de esos momentos elegiría una sola: música. Para ser más preciso te diría “música de punk rock”. Puedo hacer lo que quiero y lo que me gusta, que no es poco. Y por suerte hoy, a mi edad, lo entendí y puedo disfrutarlo.

M.S


Sesiones en vivo (XI), HOY: Mala Suerte en el Teatro Vórterix / 08-04-2017


(Fotos gentileza de Ailiñ Gomez Caraballo / Ailiñ G.C Fotografías)

El bar del diluvio (o el eterno retorno del ángel vengador)

A veces las cosas no se dan como uno las sueña, sino que se transforman en algo diferente pero a la vez tan valioso como uno imaginaba. La reunión histórica de los punk celtas Mala Suerte, programada para la noche del sábado 8, tenía todo para ser antológica. ¿Y lo fue? Claro que sí, pero hubo muchas aristas que hicieron que esa jornada tuviera un valor agregado.
Ante todo, el terrible temporal que se desató horas antes del inicio del show, que si bien no incidió de modo directo en el desarrollo del mismo, le dio un marco épico al asunto ya que fue entre gracioso y heroico ver a la multitud tratando de acercarse al Vórterix a pesar de las inclemencias del tiempo. Sumado a eso, como pasa la mayoría de las veces en esta ciudad, al caer un par de gotas ya los servicios dejan de funcionar y en este caso fue la línea B de subte la que dejó a pie a muchos de los que querían llegar al recinto de Lacroze y Álvarez Thomas.
De todos modos, la convocatoria fue creciendo a medida que pasaban los minutos y luego de que los prolijos Más Calaveras (la banda del Chino Adrián Vera, ex miles de bandas que sería inoportuno nombrar en esta reseña, pero que dan la pauta del talento del muchacho) y los rosarinos Zona 84, el lugar ya estaba casi a tope. Muchos jóvenes de ayer surfeando un momento único de felicidad recordando noches en lugares míticos como Cemento, New Order, Arlequines, Die Schule; sumado a jóvenes de hoy en día que reconocen la importancia de Mala Suerte como una rara avis que supo ganarse su lugar a fuerza de buenas canciones e innovación (¿cuántas bandas han mezclado tan bien el punk rock con las influencias de The Pogues y Stiff Little Fingers?).
La fiesta empezó cuando se apagaron las luces, luego de poco menos de media hora de espera. Alrededor de las nueve de la noche, El Conde Gustavo Jurio empezó a disparar magias desde su teclado, mientras los demás integrantes iban apostándose de a poco sobre el escenario. El ya citado Conde, Ale Fassi en voz, Fernando Cachorro Raggio en guitarra y mandolina, Ariel Kessler en bajo y Gabriel Irisarri en guitarra y banjo (a la sazón la estrella de la noche ya que había venido desde Irlanda para engalanar la reunión), más el refuerzo de Cristian Salvucci de Satan Dealers (ante la ausencia de Marcelo Martínez Vega, baterista original del combo), Damián Chino Morales de Mamushkas en guitarra acústica y Ralph Tuero en gaita fueron el equipo encargado de llevar adelante el operativo retorno.

La clásica «Amazing Grace», enganchada con «La mesa está servida», fueron las elegidas para dar el puntapié inicial del show. Un sonido potente, aunque quizá con falta de matices, hizo que el público explotara desde el primer acorde y la banda supo corresponder a semejante entrega. Al finalizar, el bombo siguió sonando y engancharon el emotivo «No puedo parar» que rememora las hazañas del seleccionado argentino de fútbol en el Mundial de México 86. Siguiendo en el orden de los discos, fueron desfilando clásicos del seminal «La Máxima Emoción» como por ejemplo «El mal de San Vito», «Aquí están» y un glorioso enganchado entre «Ella se marchó» y «Mi lugar».
Para dar pie a las canciones del segundo disco «Sinfonía Nocturna», el invitado de lujo fue Hugo Irisarri, histórico cantante de Doble Fuerza y hermano de Gabriel. Con la dupla de hermanos sobre las tablas, la banda arrancó con una furiosa versión de «Rigatuzo», tema que abría aquél disco. Llegado el turno de «Vos me mentiste», hubo otros dos invitados: Gabriel Ponti Lagarde (más conocido como Hermann) y el ya nombrado Chino Vera, quienes le dieron más melodía al tema de Mal Momento. La versión demo de «Al caer la noche» fue una de las perlas del show, seguida de «Un gran sueño» con los coros del Conde a full, y «Se juntaban», coreada por todos los presentes. «La fiesta de la cerveza», con invitados en vientos, fue la que cerró la segunda parte del concierto.
Y se venía lo mejor, o quizá lo más esperado por la mayoría: la parte de «La Herencia de los Náufragos», disco que casi por unanimidad resulta elegido como el mejor de la banda. Y como para seguir demostrando que les encanta sorprender, hubo un pequeño intermezzo en el cual interpretaron dos clásicos de The Pogues: «Fiesta» (en versión instrumental) y «Sunny Side of the Street», cantada por Cachorro. Le siguió la emotiva balada «Mi Perdición» y ahí sí, el Vorterix se convirtió en una pequeña Irlanda de la mano de “El bar de la lluvia” con todo el recinto agitando a más no poder y cantando hasta dejar roncas las gargantas mientras tres bellas bailarinas danzaban al son de la música.
Otro momento emotivo fue cuando emprendieron con «Los tiempos no han cambiado», un punk rock pesado que gira sobre la guitarra endiablada de Irisarri. «Saboreando la derrota» fue la previa a otra gema: ni más ni menos que «El cantinero», con el Vorterix a pleno gritando “¡sírvame un trago más!” a caballo de una melodía celta increíble. El final, el as bajo la manga tras las sonrisas y la emoción de todos, vendría de la mano del instrumental «El naufragio de la piraña» enganchado con el inoxidable «Cuando el sol se va». Ahí sí, la emoción pudo más y se vio a mucha gente al borde del llanto, y a muchos otros desbordando alegría y felicidad. El inmortal coro “cuando cae el sol, cuando el sol se va, no puede faltar una Quilmes Imperial” fue repetido como un mantra en una versión interminable en la que los músicos dejaron que el público se saque las ganas acumuladas después de tanto tiempo de espera.

El balance final deja un saldo positivo por la entrega, la emotividad, el saber que las canciones han envejecido de buen modo, y la respuesta de la gente. Quizás en el debe estén el sonido que no llegó a ser perfecto, y la inclusión de algún que otro tema no muy relevante en detrimento de ciertos clásicos (se extrañaron canciones como «El Holgazán», «Te quiero matar» y por sobre todo «Un dios aparte»), pero la banda supo llevar a buen puerto este regreso.
Final a toda orquesta, caras de cansancio y algarabía, foto grupal con todos los músicos e invitados de rodillas agradeciendo a la gente, y la sensación de ser por un rato nuevamente felices sin importar nada, como si pudiésemos transportarnos a los 90´s y creer que otra vez podemos simplemente juntarnos a disfrutar y matar el tiempo.


R.C.

Ganarle al tiempo



La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica
los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.
Gabriel García Márquez

De niño siempre fantaseé con poder controlar el tiempo. No con un objeto o aparato fabricado para tal fin, sino con una secreta habilidad que lograra manipular la forma en que se suceden los segundos.
Alargar los momentos libres de contradicción y acortar aquellos que derrumban los sueños: duelos, rupturas, castigos, llantos, angustias y un largo etcétera. Pese a tener la idea diseñada y en qué momentos utilizarla, me surgieron algunas dudas trascendentales: ¿Qué le sucedería a nuestro cuerpo si lo acostumbráramos al disfrute prolongado? ¿Qué defensas utilizaríamos o dejaríamos de utilizar si las amenazas se reducen a su mínima expresión? ¿Sabríamos acaso discriminar entre lo “bueno” y lo “malo”?
Esto lo pienso hoy, ya con un trayecto de vida y razonamientos formados, pero en mi tierna infancia lo mencionado no se presentaba como variable. Sólo quería dominar la realidad que me rodeaba a mi antojo sin detenerme demasiado en las consecuencias. Calculo debe ser algo normal hasta cierto tiempo.
Desarrollé métodos siempre con la premisa que no fueran detectables por el resto: con un abrir y cerrar de ojos, lo cual deseché al instante porque si eso funcionaba como un interruptor sólo equivaldría a detener y continuar el tiempo sin poder obrar en el intervalo deseado. También se me ocurrió conteniendo la respiración, pero lo mismo indicaría lapsos de muy corta duración donde estaría más concentrado en no desmayarme que en modificar la realidad. Yo debía poder detener el tiempo sin detenerme a mí mismo. Finalmente encontré el método perfecto mediante el abrir y cerrar una mano al igual que un director de orquesta pide silencio a sus músicos.
Visualizaba situaciones y las llevaba a cabo de forma majestuosa; pasaba horas escribiendo guiones mentales para ser puestos en escena cuando la situación lo ameritara. Sólo yo poseía la facultad de manejar el tiempo y comencé a practicar en soledad para perfeccionar la técnica.
No me resultó difícil y sólo requería un poco de concentración. En un ambiente calmo y sin distracciones podía dominarlo en cuestión de segundos. El problema surgió cuando intenté llevarlo al siguiente nivel: incorporar a otras personas.
Descubrí que resultaba imposible manejar todas las variantes que se sucedían, lo cual me frustraba de sobremanera. Cerraba mi puño e intentaba quitarle la pelota al niño más habilidoso pero me eludió casi sin problemas; cuando intenté robarle un beso a esa chica que tanto me gustaba, cerró los ojos y dió vuelta la cara; cuando pretendí copiarme del exámen de mi compañero, fui reprendido con fiereza por la maestra.
Casi sin querer fui cayendo en la cuenta que el resto de las personas no se encuentran a nuestra disposición. No son juguetes descansando en un cajón. No son actores de nuestros guiones ni empleados bajo nuestro mando. Simplemente son, y me dolió aceptarlo.
Antes de abandonar el proyecto definitivamente caí en la cuenta que quizá alguna otra persona había desarrollado una técnica similar a la mía pero con diferentes intenciones. Quizá se tratase de un juego de fuerza y astucia donde prevalecería la voluntad del más fuerte.

Busqué desesperadamente por todos los rincones que pude e interrogué sutilmente a todo aquél que pudiera generarme desconfianza, pero todo fue en vano. Descubrí que ni siquiera era una posibilidad. Frustrado de mis habilidades, me limité a utilizar el recurso a solas en momentos de ocio. Los días pasaron y lo que antes había sido algarabía y emoción pasó a ser una cualidad sin uso.
Así crecí y el tiempo no se detuvo ni por un solo segundo. Viví las cosas que tenía que vivir, gané y perdí en igual medida. Aprendí que todo no se puede.
Una tarde mientras miraba a la nada me concentré en observar a las personas que pasaban ante mí, y con sorpresa me percaté que aquél hombre cansado por su jornada laboral cerraba la mano de repente y volvía a abrirla a escasos segundos; que esa chica linda se ponía y sacaba los anteojos de una manera particular incluso con el día nublado; que esa señora de cabello cano contenía la respiración y exhalaba de una forma rítmica y misteriosa. Y entonces entendí todo.
Cada uno de nosotros desarrolla una técnica para modificar las cosas que nos ocurren. Ya sea controlar el tiempo, ya sea disimular un estado de ánimo, o ya sea evadirse de una situación que sobrepasa nuestra capacidad de controlarla.
Somos eternos vagantes en busca de respuestas en un mundo demasiado complejo para vivirlo sin hacernos problemas. Y parafraseando a Cortázar, quizá nos andemos buscando sin saber que algún día nos encontremos, ya que es sabido que todos los puntos confluyen en algún lugar, pero no en el mismo tiempo.


M.S

Sesiones en vivo (X), HOY: Rancid en el Teatro Flores (Argentina)/ 30-03-2017

¿Quién iba a pensar que los sueños se vuelven realidad?
Rancid -¿Who would´ve thought?-
Cuando tengo música, tengo un lugar para ir
Rancid –Radio-


Hay recitales que marcan un antes y un después en la vida de cada uno. Ya sea por fanatismo, gusto personal, o simplemente por estar en el lugar indicado en el momento indicado.
El show de Rancid en el Teatro Flores tuvo ese no-se-qué tan difícil de explicar con palabras. ¿Por qué difícil? Simple: porque no se trata de efectos visuales, ni de parafernalia, ni de esas poses de rockstars tan demodé. Si bien son cuatro tipos arriba de un escenario con sus instrumentos y años de batallas luchadas, tienen, en su armamento, un puñado de canciones inoxidables. Himnos generacionales que te llevan a cantar hasta quedarte afónico; que generan una sinergia por abrazarte con quien tenés al lado y no te importe su olor, su sudor ni su ideología. Pura pasión. Exactamente eso dejó el paso de Rancid por nuestro país.
Pese a tener programada para el día siguiente una fecha en el festival Lollapalooza, toda la incertidumbre y la magia se dieron lugar en el recinto del barrio de Flores. Una suerte de batalla ganada por el público que rogó por un sideshow de su banda preferida; también esa especie de mítica que otorga el ser testigo presencial de un espectáculo que dejó mucha gente afuera acrecentando las ya agitadas pasiones de los concurrentes.
El ambiente, tanto dentro como fuera, contagiaba: amigos bebiendo, curiosos, sonrisas de oreja a oreja y una fauna heterogénea que no podía contener la emoción acumulada.
La velada dio inicio cercanas las 20 hrs. de la mano de los reformados No Demuestra Interés. Irónicamente, la banda hizo honor a la acepción más literal de su nombre, sonando mecanizados y faltos de emoción y con un vocalista empeñado en imitar en look y registro de Adrián Outeda, quedando a medio camino entre el homenaje y la copia. Grandes temas como “Patea el slogan” y “Debes quitarte el uniforme” surcaron un híbrido entre lo que supo ser la banda y una edulcorada versión de Hermética.
Tras una espera de 40 minutos pero que con la ansiedad se hicieron eternos, los californianos tomaron por asalto el escenario dispuestos a arrasar con todos los prejuicios que los puristas tenían acerca de su potencial en vivo. La banda sonó ajustada; cada corte y cambio de ritmo estuvo donde debió estar, y pese a tener por momentos tres voces al frente, TODO el show contó con la colaboración de los casi 2.000 espectadores presentes. Por momentos no se diferenciaba si nos encontrábamos en un show, en un estadio de fútbol o en una revuelta popular. Era todo eso y más.
Sonaron los infaltables de su discografía: el inicio de la mano de «Radio», que junto a «Roots radicals» y «Journey to the end of the bay» formaron un triplete difícil de superar e hicieron lagrimear a unos cuantos, «Fall back down», «Bloodclot», «Black and blue», «Salvation» y un final apoteósico de la mano de «Time bomb», «The way I feel» y «Ruby Soho» que dejaron sin voz a casi toda la audiencia. También hubo lugar para las novedades y las perlas de la noche: una versión a guitarra y voz de «The wars end» con TODO el estadio coreando, una incendiaria «I wanna riot» que sorprendió a más de uno; la increíble «Hoover street» y esas joyas invaluables como «Maxwell Murder», «St. Mary» y «Nihilism». Completaron casi una treintena de canciones de un setlist IMPECABLE con la gente exultante que seguía pidiendo más.

Rancid celebra la amistad en muchas de sus canciones. Para ellos, en todas las situaciones malas y difíciles de la vida siempre la amistad prevalece. Es un sentimiento universal que atraviesa o atravesó a cada uno de los presentes. Rancid habla de opuestos y mágicamente los logra unir: soledad/compañía, amor/desamor, creer-en-algo/no-creer-en-nada… 
Imposible resistirse a eso.
En un momento del show el tiempo se detuvo. No hubo antes ni hubo después. Flotaba una sensación de irrealidad. Redactar estas líneas pone la piel de gallina y automáticamente me viene a la mente aquella gran frase de A77AQUE que reza «al fin y al cabo era sentir y nada más».
Por eso no importó escribir la lista de temas a la perfección, ni recordar las partes del show más icónicas. Más aún, por momentos no creí poder poner en palabras a lo que veníamos viviendo.
Sobraron abrazos, sonrisas y muchas lágrimas. Demasiadas. Pude observar de las de alegría como también las de tristeza, con toda la gama de emociones que abundan en el medio de esas.
Seguramente se omitirán muchas cosas y nos guardaremos otras, lo sé. Quizá sea producto de la edad; quizá sea que los sentidos no se activan siempre que queremos, o simplemente se deba al recorte subjetivo que cada uno realiza de la experiencia. Pero de una cosa estamos seguros: nunca nos olvidaremos del primer recital de Rancid en suelo argentino.


M.S / R.C

Los Andes “Obras cumbres” o la quimera hecha canción.

Todo amante de la música sabe con certeza lo difícil que es escribir una buena canción. Y cuando me refiero a ello no solo hablo de pe...