Ganarle al tiempo



La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica
los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado.
Gabriel García Márquez

De niño siempre fantaseé con poder controlar el tiempo. No con un objeto o aparato fabricado para tal fin, sino con una secreta habilidad que lograra manipular la forma en que se suceden los segundos.
Alargar los momentos libres de contradicción y acortar aquellos que derrumban los sueños: duelos, rupturas, castigos, llantos, angustias y un largo etcétera. Pese a tener la idea diseñada y en qué momentos utilizarla, me surgieron algunas dudas trascendentales: ¿Qué le sucedería a nuestro cuerpo si lo acostumbráramos al disfrute prolongado? ¿Qué defensas utilizaríamos o dejaríamos de utilizar si las amenazas se reducen a su mínima expresión? ¿Sabríamos acaso discriminar entre lo “bueno” y lo “malo”?
Esto lo pienso hoy, ya con un trayecto de vida y razonamientos formados, pero en mi tierna infancia lo mencionado no se presentaba como variable. Sólo quería dominar la realidad que me rodeaba a mi antojo sin detenerme demasiado en las consecuencias. Calculo debe ser algo normal hasta cierto tiempo.
Desarrollé métodos siempre con la premisa que no fueran detectables por el resto: con un abrir y cerrar de ojos, lo cual deseché al instante porque si eso funcionaba como un interruptor sólo equivaldría a detener y continuar el tiempo sin poder obrar en el intervalo deseado. También se me ocurrió conteniendo la respiración, pero lo mismo indicaría lapsos de muy corta duración donde estaría más concentrado en no desmayarme que en modificar la realidad. Yo debía poder detener el tiempo sin detenerme a mí mismo. Finalmente encontré el método perfecto mediante el abrir y cerrar una mano al igual que un director de orquesta pide silencio a sus músicos.
Visualizaba situaciones y las llevaba a cabo de forma majestuosa; pasaba horas escribiendo guiones mentales para ser puestos en escena cuando la situación lo ameritara. Sólo yo poseía la facultad de manejar el tiempo y comencé a practicar en soledad para perfeccionar la técnica.
No me resultó difícil y sólo requería un poco de concentración. En un ambiente calmo y sin distracciones podía dominarlo en cuestión de segundos. El problema surgió cuando intenté llevarlo al siguiente nivel: incorporar a otras personas.
Descubrí que resultaba imposible manejar todas las variantes que se sucedían, lo cual me frustraba de sobremanera. Cerraba mi puño e intentaba quitarle la pelota al niño más habilidoso pero me eludió casi sin problemas; cuando intenté robarle un beso a esa chica que tanto me gustaba, cerró los ojos y dió vuelta la cara; cuando pretendí copiarme del exámen de mi compañero, fui reprendido con fiereza por la maestra.
Casi sin querer fui cayendo en la cuenta que el resto de las personas no se encuentran a nuestra disposición. No son juguetes descansando en un cajón. No son actores de nuestros guiones ni empleados bajo nuestro mando. Simplemente son, y me dolió aceptarlo.
Antes de abandonar el proyecto definitivamente caí en la cuenta que quizá alguna otra persona había desarrollado una técnica similar a la mía pero con diferentes intenciones. Quizá se tratase de un juego de fuerza y astucia donde prevalecería la voluntad del más fuerte.

Busqué desesperadamente por todos los rincones que pude e interrogué sutilmente a todo aquél que pudiera generarme desconfianza, pero todo fue en vano. Descubrí que ni siquiera era una posibilidad. Frustrado de mis habilidades, me limité a utilizar el recurso a solas en momentos de ocio. Los días pasaron y lo que antes había sido algarabía y emoción pasó a ser una cualidad sin uso.
Así crecí y el tiempo no se detuvo ni por un solo segundo. Viví las cosas que tenía que vivir, gané y perdí en igual medida. Aprendí que todo no se puede.
Una tarde mientras miraba a la nada me concentré en observar a las personas que pasaban ante mí, y con sorpresa me percaté que aquél hombre cansado por su jornada laboral cerraba la mano de repente y volvía a abrirla a escasos segundos; que esa chica linda se ponía y sacaba los anteojos de una manera particular incluso con el día nublado; que esa señora de cabello cano contenía la respiración y exhalaba de una forma rítmica y misteriosa. Y entonces entendí todo.
Cada uno de nosotros desarrolla una técnica para modificar las cosas que nos ocurren. Ya sea controlar el tiempo, ya sea disimular un estado de ánimo, o ya sea evadirse de una situación que sobrepasa nuestra capacidad de controlarla.
Somos eternos vagantes en busca de respuestas en un mundo demasiado complejo para vivirlo sin hacernos problemas. Y parafraseando a Cortázar, quizá nos andemos buscando sin saber que algún día nos encontremos, ya que es sabido que todos los puntos confluyen en algún lugar, pero no en el mismo tiempo.


M.S

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