La urticaria del desamor





Desazón, decepción, pero quizá la peor sensación que se tiene cuando llega el desamor es esa cuestión casi imposible de resolver: ¿cómo se enfrenta el “después”? Cuando llega el final, todo es oscuro. Hay variantes, claro que las hay. Pero el desamor encierra tácitamente una cuestión lúdica que hace trizas el corazón, y tiene que ver con qué se hace con ese mundo que entre dos habían creado día a día. El futuro ya no llevará su nombre, el nombre de ella que tanto repite tu corazón. Pero el presente, que tanto hiere también día tras día, es lo que construirá ese futuro que hoy parece inalcanzable. Todos los recuerdos, ¿dónde se los deja? ¿Dónde archivar los sentimientos que nos provocan las canciones que escuchábamos juntos? ¿Cómo hacer para no romper en llanto al mirar hacia atrás? ¿De dónde se sacan fuerzas para “soltar”? Ese término tan simple pero que a la vez nos enfrenta al peor de los demonios: nosotros mismos, y nuestra incapacidad para ponerle un fin al final.

Esa pequeñez que nos cobija, ese ser ensimismado y lleno de temor, es quien somos cuando la brújula toma otro rumbo y ya no hay vuelta atrás. ¿De qué sirve llorar si ni siquiera un mar de lágrimas cambia lo que dos voluntades no pudieron? ¿Para qué recordar lo que pudo ser si los partidos los ganan los goles y no los merecimientos? Duele, claro que duele…

Pero hay algo que duele más que todos los finales telenovelescos que puedas recordar. Ese dolor tiene que ver con la imagen que a uno le queda guardada de la persona con la que compartiste el camino durante ese tiempo. Porque esa imagen también te devuelve algo tuyo, te devuelve una especie de evaluación acerca de si fue correcta o no tu elección. Y no hay nada peor que mirar hacia atrás y sentir la desilusión de ver que la persona que caminó con vos fue en verdad una ilusión de tu propia mente. Como bien dicen por ahí, uno ve lo que quiere ver. A veces, idealizamos a las personas sin darnos cuenta.

Entonces, ¿de qué sirve realmente el amor? Caminar con alguien, inventarse un mundo que a la larga sabes que vas a tener que desarmar. ¿Somos tan masoquistas que aún sabiendo que vamos a tener que destruirlo, nos embarcamos en la construcción de un mundo con cada persona a la que amamos? Es que tal vez en esencia, el ser humano tenga un doble juego de cuestiones inherentes: por un lado, la imposibilidad de decirle que no al amor, y por el otro lado la conciencia de que ese amor nos va a terminar lastimando.

Así como nos encantan los ramos de flores a pesar de que sabemos que se marchitarán, también amamos por inercia, aún sabiendo que al final ese amor nos va a doler en el alma. 

Tan imperfectos, tan solos, tan humanos…   



-Rodro Malamorte-

La ignorancia es una bendición (II)




Te romperás la cabeza, pero no hay nada dentro
Y te preguntarás a ti mismo:
¿Dónde está mi mente?

"Where is my mind?"
(Pixies)

En la década del 40, se realizó en una penitenciaría de Phoenix, Arizona, un experimento científico con un interno afroamericano condenado a la pena capital por la violación de tres mujeres, una de ellas seguida de muerte.  Un médico quiso demostrar una teoría acerca del alcance de la sugestión en humanos y su influencia en la percepción. Una vez solicitadas la aquiescencia del condenado, la autorización Estatal del propio gobernador y de la familia del acusado -pues se pensó que una persona sentenciada a  la pena de muerte no estaba en sus cabales para discernir adecuadamente los alcances de una prueba científica de este tenor-, se acordó llevar a cabo el experimento.
La prueba consistió en lo siguiente: se le propuso al condenado sustituir la muerte en la silla eléctrica por un nuevo método, en el cual se le haría un pequeño corte en la vena de la muñeca, lo suficiente para que drenara su sangre hasta la última gota. Había, pese a todo, una ventaja:   existía la posibilidad de sobrevivir en caso de que la sangre se coagulara. Si eso sucediera, se revisaría el fallo de la corte y cumpliría su condena sin pena de muerte.  En caso contrario, fallecería por pérdida de sangre, es decir, equivaldría a una muerte sin sufrimiento ni dolor. El condenado aceptó, dada la viabilidad de la propuesta y las posibilidades de sobrevivir.
El interno fue colocado en una cama y atado para que no pudiera moverse. Le hicieron observar cómo realizaron un pequeño corte en su muñeca, y debajo de ella se colocó una vasija de aluminio. Se le dijo que oiría su sangre gotear en la vasija. Lo que no sabía él, es que el corte había sido superficial y que no había alcanzado ninguna arteria o vena de importancia, pero sí fue lo suficientemente profundo cómo para que él lo notara. Sin que lo supiera, debajo de la cama había un frasco de suero con una pequeña válvula. Al hacer el corte se había abierto la válvula del frasco para que el condenado creyese que era su sangre, pero en verdad era el suero lo que se oía gotear en el recipiente. Cada diez minutos, el médico, sin que el interno lo viera, cerraba un poco más la válvula del suero y el goteo iba disminuyendo.
El condenado, al tener conocimiento parcial de la situación, creía que era su sangre la que estaba disminuyendo. Con el paso del tiempo, el hombre fue perdiendo el color, poniéndose cada vez más pálido. Cuando el científico cerró por completo la válvula del suero, el sujeto sufrió una descompensación y tuvo un paro cardíaco, falleciendo unos segundos después.  Todo esto sin una pérdida significativa de sangre. El científico consiguió probar que la mente humana cumple, al pie de la letra, todo lo que le es enviado y es aceptado por el individuo, sea esto positivo o negativo. Y tal aceptación incluye al organismo en su totalidad, tanto la parte orgánica como psicológica.

¿Es capaz nuestra mente de jugarnos tan mala pasada?


-Matt A. Hari-

Los Andes “Obras cumbres” o la quimera hecha canción.

Todo amante de la música sabe con certeza lo difícil que es escribir una buena canción. Y cuando me refiero a ello no solo hablo de pe...