(Foto: Ariel Arredondo López Dickson)
El mundo es vos y yo esta noche.
Descendents –Get the time-
Quiero ser estereotipado, quiero ser clasificado.
Descendents –Suburban home-
Los chicos buenos quedan para lo último. Lo sé mejor
que nadie.
Descendents
–I´m the one-
La venganza de los nerds
Ir solo y
sin compañía a un recital es una experiencia definitoria. Y más aun cuando
después de todas las emociones vividas se deben escribir unas líneas con
formato de verso sobre la experiencia.
Pero no nos
desviemos del tema. Estar en soledad en una multitud propone, al menos, dos
variantes: buscar algún otro/a que se encuentre en la misma situación que uno y
hacer un esfuerzo conjunto para dejar de estar solo; o adoptar una postura de
observador participante que afine los sentidos para analizar cada detalle,
momento o situación a lo largo de la duración del espectáculo. Yo adopté la
segunda con la esperanza de pasar un buen rato, tener interesantes diálogos
internos e intentar memorizar la mayor cantidad de recuerdos de una vivencia,
en mi caso, tan trascendental.
¿Y qué vi?
Vi amigos abrazándose; vi veteranos con el pelo poblado de canas y vi purretes
emocionados con su primer recital legendario, ambos con expresión de ansiedad
en sus rostros; vi curiosos que no sabían muy bien qué esperar del show; vi émulos
de Milo Aukerman con lentes “de mentira”; vi pogos muy intensos y “Crowd
surfings” bastante extensos; vi caras llenas de lágrimas y gente cantando las
canciones con una sonrisa en el rostro; vi personas alcoholizadas en estado de
semi-inconsciencia que me dejaron pensando cuál es el motivo que los lleva a
pagar una entrada a un show y no ver nada del mismo; vi solidaridad y vi
desidia; vi un recinto lleno de espectadores batallando como podían contra un
calor infernal; vi muchas personas eligiendo y comprando en los stands de venta
oficial, vi a algunos famosos de la escena rockera argentina en pose de
“estrella” y a muchos otros disfrutando del show y saludando a la gente.
Sin duda muy
lindo y edificante lo sucedido debajo del escenario pero tanto ustedes como yo
nos estamos olvidando lo que sucedió arriba de él.
No habría
que olvidarse de lo ajustada que sonó la banda.
No habría
que olvidarse de una lista de temas espectacular donde dieron primacía a su último
LP pero repasaron cada uno de los clásicos infaltables.
No habría
que olvidarse de la “joroba” de Milo Aukerman, que tras una inspección más
exhaustiva, se descubrió que era una mochila de hidratación para hacer frente
al infierno arriba del escenario.
No habría
que olvidarse de la enorme figura de Bill Stevenson, esa suerte de Buda de
gestos simiescos que aporreó su batería y dio cátedra de cómo hacer fácil lo
difícil.
No habría
que olvidarse de Stephen Egerton, esa suerte de “conehead” con esteroides, dirigiendo la batuta sobre las tablas,
haciendo coros, moviéndose sin parar y notablemente emocionado con las muestras
de cariño del público.
No habría
que olvidarse de Karl Alvarez y su reputación de mil batallas ganadas, con su
vozarrón dominante en las notas altas y esas difíciles líneas de bajo
ejecutadas a mano limpia.
No habría
que olvidarse, nuevamente, del gran Milo con su pose tan característica como si
padeciera un dolor fuerte de cintura, y esa forma tan suya de cantar historias
de nerds, amor, desamor, comida chatarra y cafeína.
No habría
que olvidarse de que el sonido pudo haber sido mejor, o al menos no tan fuerte
como para que resultara parejo en todo el recinto.
No habría
que olvidarse de las lágrimas de este cronista al escuchar algunas canciones,
en especial “When i get old” y “Clean sheets”, sumamente emotivas al
escucharlas por primera vez y hoy aún más tras haber experimentado lo narrado
en ese largo camino que llamamos vida.
No habría
que olvidarse de Berru txarrak, la banda soporte, que realizó un set (muy)
largo y de alta intensidad que terminó llevándose los aplausos tanto de los
curiosos como de algunos pocos seguidores que coreaban todas sus canciones en
idioma vasco.
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Los Descendents y la euforia de sus fans |
Pero por
sobre todas las cosas, no habría que olvidarse de haber tenido la suerte y el
gusto de disfrutar en vivo a una banda pionera del género, en muy buen estado
pese a promediar los cincuenta años, con ganas todavía de enamorar a una nueva
generación de punk rockers con sus letras simples que nos identifican en algún
momento de la vida, con esas melodías a prueba de balas que te dejan silbando a
toda hora y en todo lugar, y con esa pose de outsider que respalda y
defiende a aquellos que le escapan a los estereotipos del éxito.
El 4 de
diciembre del 2016 será recordado en Argentina como el día que la infancia, la
adolescencia y la adultez se dieron la mano amigándose tras muchos años de
batalla. Ese día será recordado por los asistentes como un momento histórico y
a la vez íntimo donde un Doctor en biología devenido ícono punk, un
baterista/productor/adorable escritor de canciones que tocó con las mejores
bandas del genero, y dos músicos que son garantía de confianza, sumieron a las
casi mil novecientas almas presentes en un trance que servirá para comenzar cualquier
charla, o como el as bajo la manga que gane el premio a la mejor anécdota para
contarle a nuestros amigos, hijos y por qué no hasta nuestros nietos.
MATT A. HARI
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