Fin de siglo


Tener un final feliz depende, por supuesto, de dónde quieras que acabe tu historia. 
Orson Welles
Sigue adelante, sigue adelante como si realmente nada importase.
Freddie Mercury

Realizar un ranking de los mejores/peores momentos del año es siempre una empresa parcial y subjetiva. Pero si algo caracteriza a Macondo Blues es el despliegue subjetivo en cada uno de los textos, opiniones e imágenes que se ofrecen a diario. Pese a que los datos publicados son estudiados y revisados a conciencia, el recorte de los mismos y la “inspiración” necesaria para materializar una idea aislada en algo tangible es siempre personal. Dejamos de lado las expresiones “políticamente correctas”, la asepsia y la neutralidad. Para eso contamos con el marco social en el cual vivimos y trabajamos a diario, donde muchas veces nos impostamos y encarnamos un personaje que cumple las expectativas de los demás.
La idea de que Macondo Blues sea una isla “itinerante” se ajusta claramente a esto. No puede ser localizada fácilmente debido a su constante movimiento, es gobernada popularmente de manera cooperativista en el sentido más estricto del término, y apoya la diversidad de opinión como estandarte. Esa idea, que fue motor en el inicio del blog y lo sigue siendo aún hoy, es lo que permite la constancia y dedicación en sostener un espacio que no busca el rédito económico ni la propaganda para que alguien actúe de una determinada manera. Todo lo contrario: el “norte” siempre ha sido apelar al disenso y al pensamiento crítico de todos nuestros lectores, que se sientan libres de dar su parecer y de tomar sus propias decisiones.
Desde ya agradecemos a todos y a cada uno de los que esperan el miércoles para leer los textos publicados, a quienes apoyan con sus palabras para que esta rueda siga girando, a quienes comentan en reuniones de amigos algún dato leído en el blog, a los que piensan distinto, a los que se suman a diario tanto a los que se “bajan”, ya que todo nos sirve para direccionar la brújula cuando estamos a la deriva.
Las “sesiones en vivo”, las “críticas (de)constructivas”, los “binomios del arte”, los “truth of the milanga”, así como también Rodro Malamorte y Matt A. Hari, enviamos un fuerte abrazo a todos los habitantes de Macondo Blues y nos despedimos hasta el año próximo, esperando transformar algo de esto que llamamos vida.
Y recuerden: Macondo Blues no es un lugar, es un estado de ánimo.

RODRIGO CARDOZO Y MATIAS SOSA
-Delegados electos de Macondo Blues-

Top 10 -2016-

MEJOR PELICULA: Zootopia (Disney)
MEJOR SERIE DE TELEVISION: Westworld (HBO)
MEJOR DISCO: Imperial state electric “All through the night” (Psychout Records)
MEJOR VIDEO MUSICAL: Ok Go! “Upside down & inside out”
MEJOR SHOW EN VIVO: PIL en Vorterix / The Descendents, en el Teatro Flores.
MEJOR LECTURA: “La doctrina del shock” de Naomi Klein.
MEJOR MOMENTO DEL BLOG/FAN PAGE: El texto acerca de la performance de Marina Abramovic, en la cual fue vejada, amenazada e insultada, que recibió más de 11.000 likes y un sinfín de comentarios que llevaron a los inquisidores de Facebook a censurarlo debido a una imagen de unos pechos desnudos.
MEJOR TEXTO: El pasillo de la vida (y de la muerte) / Los nuevos titiriteros / Instantáneas.
LO MEJOR: Los momentos de lucidez para transformar palabras sueltas en una unidad coherente.
LO PEOR: La muerte de David Bowie, George Martin y Muhammad Alí.


Lo esencial es invisible a los ojos (pero no a los oídos)

Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo,
induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles.
Edgar Allan Poe
Lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso es bello, de hecho, sólo lo maravilloso es bello.
André Bretón

Viernes, 12 de enero de 2007. Hora pico en una estación de subterráneo en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con jeans, una camiseta y una gorra. ¿Nada raro, no?
Pero si mencionamos que el instrumento ejecutado es nada menos que un violín Stradivarius de 1713, las cosas cambian un poco. El músico toca piezas clásicas durante 43 minutos consecutivos y es nada menos que Joshua Bell, uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 dólares la butaca promedio.
No, no se había vuelto loco; sino que estaba protagonizando un experimento promovido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza fuera del ámbito esperado. El experto Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EE UU, había previsto que el músico recaudaría unos 150 dólares y que, de mil personas, unas 35 se detendrían a observar y escuchar, absortas por la belleza de la ejecución. Hasta un centenar, según Slatkin, pondría dinero en la funda del violín.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
Joshua Bell, fue un niño prodigio quien, a sus 39 años, posee una larga lista de logros y menciones en las más prestigiosas orquestas del mundo. Interpretó, entre otras cosas, la banda sonora de la película El violín rojo, que fue galardonada con un Oscar. Bell no sólo accedió encantado al reto de tocar en el subte, sino que además insistió en llevar su valioso Stradivarius. La performance comenzó con Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. A los tres minutos, un hombre desvió su mirada para fijarse en el músico. Fue su primer contacto con el público del metro.
32 dólares de recaudación. En 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin detenerse a apreciar la música y sólo una reconoció al músico. Más tarde declaró que se sintió raro debido a sentirse ignorado por los pasajeros. Palabras de peso teniendo en cuenta que habitualmente le molesta que suenen teléfonos durante sus presentaciones, e incluso le incomoda que la gente tosa. Sin embargo, en la estación de metro no hubo aglomeraciones ni aplausos. Más aun, declaró haberse sentido "extrañamente agradecido" cuando alguien le tiraba unos centavos en la funda del violín.
Los expertos citados por el diario aseguran que el contexto importa, ya que una estación de subterráneo en hora pico no permite que la gente se detenga a apreciar la estética de los sonidos. Sólo una persona se detuvo seis minutos a escucharle y quien más tarde declaró que la única música clásica que conoce son los “clásicos” del rock, pero que las piezas ejecutadas por Bell, pese a no ser de su predilección lo hicieron sentir en paz.
Joshua Bell, en misión secreta
En la otra punta del globo, en la ciudad de Buenos Aires, se replicó la experiencia con un músico de la orquesta estable del Teatro Colón y de la filarmónica de Buenos Aires. El arte de Pablo Saraví, el violinista, también pasó inadvertido para la mayoría, aunque la cantidad de "espectadores" fue mayor, y la "recaudación", teniendo en cuenta las diferencias, también. La misma ascendió a $76,25 en media hora. Esto plantearía una incógnita peculiar: ¿Cuánto ganaría Saraví si se dedicase únicamente a tocar música en el subterráneo? La respuesta sería inexacta. Pero si se multiplican esos $76.25 ganados en 30 minutos, por ocho horas de trabajo diario, con dos días libres por semana, se obtiene un total de $24.400 mensuales de ganancia. Un músico profesional de su categoría, en cualquiera de las tres orquestas más importantes Argentina, cobra aproximadamente 12 mil pesos por mes en el cargo de concertino. Exactamente la mitad.
Al margen del dinero, esta experiencia muestra cómo las personas, a pesar de estar distraídas o apuradas, pueden reaccionar de manera muy distinta en la apreciación de una expresión artística en un lugar que no es el habitual. La percepción, el gusto y el tiempo son factores determinantes a la hora de dedicarse a una afición o pasatiempo, pero pese a todo existiría una especie de respuesta natural para detectar todo aquello que sobresale. Quizá el factor de la curiosidad tenga una alta participación en este tipo de conductas, pero la “belleza” puede resultar inadvertida siempre y cuando las condiciones para apreciarla no sean las indicadas. En las grandes ciudades es fácil observar situaciones de “mente colectiva” o “fenómenos de masa” que determinen arbitrariamente cualquier veredicto. Lo bueno y lo malo tanto como lo lindo y lo feo ingresan en una suerte de limbo donde las reglas se estipulan de forma improvisada.
En cada ciudad del mundo hay miles y miles de artistas en la misma situación (pero sin experimento mediante) con igual talento pero sin la “suerte” de Bell y Saraví. Así que cuando mañana la rutina laboral comience y nos encaminemos hacia algún transporte público y  alguna melodía se destaque entre el bullicio, pensemos en la posibilidad de encontrarnos cara a cara con el próximo Paganini.


MATT A. HARI

Sesiones en vivo (VII), Hoy: The Descendents en el Teatro Flores / 4-12-2016

(Foto: Ariel Arredondo López Dickson)

El mundo es vos y yo esta noche.
Descendents –Get the time-
Quiero ser estereotipado, quiero ser clasificado.
Descendents –Suburban home-
Los chicos buenos quedan para lo último. Lo sé mejor que nadie.
Descendents –I´m the one-

La venganza de los nerds

Ir solo y sin compañía a un recital es una experiencia definitoria. Y más aun cuando después de todas las emociones vividas se deben escribir unas líneas con formato de verso sobre la experiencia.
Pero no nos desviemos del tema. Estar en soledad en una multitud propone, al menos, dos variantes: buscar algún otro/a que se encuentre en la misma situación que uno y hacer un esfuerzo conjunto para dejar de estar solo; o adoptar una postura de observador participante que afine los sentidos para analizar cada detalle, momento o situación a lo largo de la duración del espectáculo. Yo adopté la segunda con la esperanza de pasar un buen rato, tener interesantes diálogos internos e intentar memorizar la mayor cantidad de recuerdos de una vivencia, en mi caso, tan trascendental.
¿Y qué vi? Vi amigos abrazándose; vi veteranos con el pelo poblado de canas y vi purretes emocionados con su primer recital legendario, ambos con expresión de ansiedad en sus rostros; vi curiosos que no sabían muy bien qué esperar del show; vi émulos de Milo Aukerman con lentes “de mentira”; vi pogos muy intensos y “Crowd surfings” bastante extensos; vi caras llenas de lágrimas y gente cantando las canciones con una sonrisa en el rostro; vi personas alcoholizadas en estado de semi-inconsciencia que me dejaron pensando cuál es el motivo que los lleva a pagar una entrada a un show y no ver nada del mismo; vi solidaridad y vi desidia; vi un recinto lleno de espectadores batallando como podían contra un calor infernal; vi muchas personas eligiendo y comprando en los stands de venta oficial, vi a algunos famosos de la escena rockera argentina en pose de “estrella” y a muchos otros disfrutando del show y saludando a la gente.
Sin duda muy lindo y edificante lo sucedido debajo del escenario pero tanto ustedes como yo nos estamos olvidando lo que sucedió arriba de él.
No habría que olvidarse de lo ajustada que sonó la banda.
No habría que olvidarse de una lista de temas espectacular donde dieron primacía a su último LP pero repasaron cada uno de los clásicos infaltables.
No habría que olvidarse de la “joroba” de Milo Aukerman, que tras una inspección más exhaustiva, se descubrió que era una mochila de hidratación para hacer frente al infierno arriba del escenario.
No habría que olvidarse de la enorme figura de Bill Stevenson, esa suerte de Buda de gestos simiescos que aporreó su batería y dio cátedra de cómo hacer fácil lo difícil.
No habría que olvidarse de Stephen Egerton, esa suerte de “conehead” con esteroides, dirigiendo la batuta sobre las tablas, haciendo coros, moviéndose sin parar y notablemente emocionado con las muestras de cariño del público.
No habría que olvidarse de Karl Alvarez y su reputación de mil batallas ganadas, con su vozarrón dominante en las notas altas y esas difíciles líneas de bajo ejecutadas a mano limpia.
No habría que olvidarse, nuevamente, del gran Milo con su pose tan característica como si padeciera un dolor fuerte de cintura, y esa forma tan suya de cantar historias de nerds, amor, desamor, comida chatarra y cafeína.
No habría que olvidarse de que el sonido pudo haber sido mejor, o al menos no tan fuerte como para que resultara parejo en todo el recinto.
No habría que olvidarse de las lágrimas de este cronista al escuchar algunas canciones, en especial “When i get old” y “Clean sheets”, sumamente emotivas al escucharlas por primera vez y hoy aún más tras haber experimentado lo narrado en ese largo camino que llamamos vida.
No habría que olvidarse de Berru txarrak, la banda soporte, que realizó un set (muy) largo y de alta intensidad que terminó llevándose los aplausos tanto de los curiosos como de algunos pocos seguidores que coreaban todas sus canciones en idioma vasco.
Los Descendents y la euforia de sus fans

Pero por sobre todas las cosas, no habría que olvidarse de haber tenido la suerte y el gusto de disfrutar en vivo a una banda pionera del género, en muy buen estado pese a promediar los cincuenta años, con ganas todavía de enamorar a una nueva generación de punk rockers con sus letras simples que nos identifican en algún momento de la vida, con esas melodías a prueba de balas que te dejan silbando a toda hora y en todo lugar, y con esa pose de outsider que respalda  y defiende a aquellos que le escapan a los estereotipos del éxito.
El 4 de diciembre del 2016 será recordado en Argentina como el día que la infancia, la adolescencia y la adultez se dieron la mano amigándose tras muchos años de batalla. Ese día será recordado por los asistentes como un momento histórico y a la vez íntimo donde un Doctor en biología devenido ícono punk, un baterista/productor/adorable escritor de canciones que tocó con las mejores bandas del genero, y dos músicos que son garantía de confianza, sumieron a las casi mil novecientas almas presentes en un trance que servirá para comenzar cualquier charla, o como el as bajo la manga que gane el premio a la mejor anécdota para contarle a nuestros amigos, hijos y por qué no hasta nuestros nietos.

MATT A. HARI





Los Andes “Obras cumbres” o la quimera hecha canción.

Todo amante de la música sabe con certeza lo difícil que es escribir una buena canción. Y cuando me refiero a ello no solo hablo de pe...