Lo esencial es invisible a los ojos (pero no a los oídos)

Cualquiera que sea su parentesco, la belleza, en su desarrollo supremo,
induce a las lágrimas, inevitablemente, a las almas sensibles.
Edgar Allan Poe
Lo maravilloso es siempre bello, todo lo maravilloso es bello, de hecho, sólo lo maravilloso es bello.
André Bretón

Viernes, 12 de enero de 2007. Hora pico en una estación de subterráneo en la ciudad de Washington. Un músico toca el violín vestido con jeans, una camiseta y una gorra. ¿Nada raro, no?
Pero si mencionamos que el instrumento ejecutado es nada menos que un violín Stradivarius de 1713, las cosas cambian un poco. El músico toca piezas clásicas durante 43 minutos consecutivos y es nada menos que Joshua Bell, uno de los mejores intérpretes del mundo. Tres días antes había llenado el Boston Symphony Hall, a 100 dólares la butaca promedio.
No, no se había vuelto loco; sino que estaba protagonizando un experimento promovido por el diario The Washington Post: comprobar si la gente está preparada para reconocer la belleza fuera del ámbito esperado. El experto Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de EE UU, había previsto que el músico recaudaría unos 150 dólares y que, de mil personas, unas 35 se detendrían a observar y escuchar, absortas por la belleza de la ejecución. Hasta un centenar, según Slatkin, pondría dinero en la funda del violín.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
Joshua Bell, fue un niño prodigio quien, a sus 39 años, posee una larga lista de logros y menciones en las más prestigiosas orquestas del mundo. Interpretó, entre otras cosas, la banda sonora de la película El violín rojo, que fue galardonada con un Oscar. Bell no sólo accedió encantado al reto de tocar en el subte, sino que además insistió en llevar su valioso Stradivarius. La performance comenzó con Partita número 2 en Re menor de Johann Sebastian Bach. A los tres minutos, un hombre desvió su mirada para fijarse en el músico. Fue su primer contacto con el público del metro.
32 dólares de recaudación. En 43 minutos habían pasado ante él 1.070 personas. Sólo 27 le dieron dinero, la mayoría sin detenerse a apreciar la música y sólo una reconoció al músico. Más tarde declaró que se sintió raro debido a sentirse ignorado por los pasajeros. Palabras de peso teniendo en cuenta que habitualmente le molesta que suenen teléfonos durante sus presentaciones, e incluso le incomoda que la gente tosa. Sin embargo, en la estación de metro no hubo aglomeraciones ni aplausos. Más aun, declaró haberse sentido "extrañamente agradecido" cuando alguien le tiraba unos centavos en la funda del violín.
Los expertos citados por el diario aseguran que el contexto importa, ya que una estación de subterráneo en hora pico no permite que la gente se detenga a apreciar la estética de los sonidos. Sólo una persona se detuvo seis minutos a escucharle y quien más tarde declaró que la única música clásica que conoce son los “clásicos” del rock, pero que las piezas ejecutadas por Bell, pese a no ser de su predilección lo hicieron sentir en paz.
Joshua Bell, en misión secreta
En la otra punta del globo, en la ciudad de Buenos Aires, se replicó la experiencia con un músico de la orquesta estable del Teatro Colón y de la filarmónica de Buenos Aires. El arte de Pablo Saraví, el violinista, también pasó inadvertido para la mayoría, aunque la cantidad de "espectadores" fue mayor, y la "recaudación", teniendo en cuenta las diferencias, también. La misma ascendió a $76,25 en media hora. Esto plantearía una incógnita peculiar: ¿Cuánto ganaría Saraví si se dedicase únicamente a tocar música en el subterráneo? La respuesta sería inexacta. Pero si se multiplican esos $76.25 ganados en 30 minutos, por ocho horas de trabajo diario, con dos días libres por semana, se obtiene un total de $24.400 mensuales de ganancia. Un músico profesional de su categoría, en cualquiera de las tres orquestas más importantes Argentina, cobra aproximadamente 12 mil pesos por mes en el cargo de concertino. Exactamente la mitad.
Al margen del dinero, esta experiencia muestra cómo las personas, a pesar de estar distraídas o apuradas, pueden reaccionar de manera muy distinta en la apreciación de una expresión artística en un lugar que no es el habitual. La percepción, el gusto y el tiempo son factores determinantes a la hora de dedicarse a una afición o pasatiempo, pero pese a todo existiría una especie de respuesta natural para detectar todo aquello que sobresale. Quizá el factor de la curiosidad tenga una alta participación en este tipo de conductas, pero la “belleza” puede resultar inadvertida siempre y cuando las condiciones para apreciarla no sean las indicadas. En las grandes ciudades es fácil observar situaciones de “mente colectiva” o “fenómenos de masa” que determinen arbitrariamente cualquier veredicto. Lo bueno y lo malo tanto como lo lindo y lo feo ingresan en una suerte de limbo donde las reglas se estipulan de forma improvisada.
En cada ciudad del mundo hay miles y miles de artistas en la misma situación (pero sin experimento mediante) con igual talento pero sin la “suerte” de Bell y Saraví. Así que cuando mañana la rutina laboral comience y nos encaminemos hacia algún transporte público y  alguna melodía se destaque entre el bullicio, pensemos en la posibilidad de encontrarnos cara a cara con el próximo Paganini.


MATT A. HARI

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