(Fotos gentileza de Ailiñ Gomez Caraballo / Ailiñ G.C Fotografías)
El bar del diluvio (o el eterno retorno del ángel vengador)
A veces las cosas no se dan como
uno las sueña, sino que se transforman en algo diferente pero a la vez tan
valioso como uno imaginaba. La reunión histórica de los punk celtas Mala
Suerte, programada para la noche del sábado 8, tenía todo para ser antológica.
¿Y lo fue? Claro que sí, pero hubo muchas aristas que hicieron que esa jornada
tuviera un valor agregado.
Ante todo, el terrible temporal
que se desató horas antes del inicio del show, que si bien no incidió de modo
directo en el desarrollo del mismo, le dio un marco épico al asunto ya que fue
entre gracioso y heroico ver a la multitud tratando de acercarse al Vórterix a
pesar de las inclemencias del tiempo. Sumado a eso, como pasa la mayoría de las
veces en esta ciudad, al caer un par de gotas ya los servicios dejan de
funcionar y en este caso fue la línea B de subte la que dejó a pie a muchos de
los que querían llegar al recinto de Lacroze y Álvarez Thomas.
De todos modos, la convocatoria
fue creciendo a medida que pasaban los minutos y luego de que los prolijos Más
Calaveras (la banda del Chino Adrián Vera, ex miles de bandas que sería
inoportuno nombrar en esta reseña, pero que dan la pauta del talento del
muchacho) y los rosarinos Zona 84, el lugar ya estaba casi a tope. Muchos
jóvenes de ayer surfeando un momento único de felicidad recordando noches en
lugares míticos como Cemento, New Order, Arlequines, Die Schule; sumado a jóvenes
de hoy en día que reconocen la importancia de Mala Suerte como una rara avis
que supo ganarse su lugar a fuerza de buenas canciones e innovación (¿cuántas
bandas han mezclado tan bien el punk rock con las influencias de The Pogues y
Stiff Little Fingers?).
La fiesta empezó cuando se
apagaron las luces, luego de poco menos de media hora de espera. Alrededor de
las nueve de la noche, El Conde Gustavo Jurio empezó a disparar magias desde su
teclado, mientras los demás integrantes iban apostándose de a poco sobre el
escenario. El ya citado Conde, Ale Fassi en voz, Fernando Cachorro Raggio en
guitarra y mandolina, Ariel Kessler en bajo y Gabriel Irisarri en guitarra y
banjo (a la sazón la estrella de la noche ya que había venido desde Irlanda
para engalanar la reunión), más el refuerzo de Cristian Salvucci de Satan
Dealers (ante la ausencia de Marcelo Martínez Vega, baterista original del combo), Damián
Chino Morales de Mamushkas en guitarra acústica y Ralph Tuero en gaita fueron
el equipo encargado de llevar adelante el operativo retorno.
La clásica «Amazing Grace»,
enganchada con «La mesa está servida», fueron las elegidas para dar el puntapié
inicial del show. Un sonido potente, aunque quizá con falta de matices, hizo
que el público explotara desde el primer acorde y la banda supo corresponder a
semejante entrega. Al finalizar, el bombo siguió sonando y engancharon el
emotivo «No puedo parar» que rememora las hazañas del seleccionado argentino de
fútbol en el Mundial de México 86. Siguiendo en el orden de los discos, fueron
desfilando clásicos del seminal «La Máxima Emoción» como por ejemplo «El mal de
San Vito», «Aquí están» y un glorioso enganchado entre «Ella se marchó» y «Mi
lugar».
Para dar pie a las canciones del
segundo disco «Sinfonía Nocturna», el invitado de lujo fue Hugo Irisarri,
histórico cantante de Doble Fuerza y hermano de Gabriel. Con la dupla de
hermanos sobre las tablas, la banda arrancó con una furiosa versión de
«Rigatuzo», tema que abría aquél disco. Llegado el turno de «Vos me mentiste»,
hubo otros dos invitados: Gabriel Ponti Lagarde (más conocido como Hermann) y el ya nombrado Chino Vera, quienes le dieron más melodía al tema de Mal Momento. La
versión demo de «Al caer la noche» fue una de las perlas del show, seguida de
«Un gran sueño» con los coros del Conde a full, y «Se juntaban», coreada por
todos los presentes. «La fiesta de la cerveza», con invitados en vientos, fue
la que cerró la segunda parte del concierto.
Y se venía lo mejor, o quizá lo
más esperado por la mayoría: la parte de «La Herencia de los Náufragos», disco
que casi por unanimidad resulta elegido como el mejor de la banda. Y como para
seguir demostrando que les encanta sorprender, hubo un pequeño intermezzo en el cual interpretaron dos
clásicos de The Pogues: «Fiesta» (en versión instrumental) y «Sunny Side of the
Street», cantada por Cachorro. Le siguió la emotiva balada «Mi Perdición» y ahí
sí, el Vorterix se convirtió en una pequeña Irlanda de la mano de “El bar de la
lluvia” con todo el recinto agitando a más no poder y cantando hasta dejar
roncas las gargantas mientras tres bellas bailarinas danzaban al son de la
música.
Otro momento emotivo fue cuando
emprendieron con «Los tiempos no han cambiado», un punk rock pesado que gira
sobre la guitarra endiablada de Irisarri. «Saboreando la derrota» fue la previa
a otra gema: ni más ni menos que «El cantinero», con el Vorterix a pleno
gritando “¡sírvame un trago más!” a caballo de una melodía celta increíble. El
final, el as bajo la manga tras las sonrisas y la emoción de todos, vendría de
la mano del instrumental «El naufragio de la piraña» enganchado con el
inoxidable «Cuando el sol se va». Ahí sí, la emoción pudo más y se vio a mucha
gente al borde del llanto, y a muchos otros desbordando alegría y felicidad. El
inmortal coro “cuando cae el sol, cuando el sol se va, no puede faltar una
Quilmes Imperial” fue repetido como un mantra en una versión interminable en la
que los músicos dejaron que el público se saque las ganas acumuladas después de
tanto tiempo de espera.
El balance final deja un saldo
positivo por la entrega, la emotividad, el saber que las canciones han
envejecido de buen modo, y la respuesta de la gente. Quizás en el debe estén el
sonido que no llegó a ser perfecto, y la inclusión de algún que otro tema no
muy relevante en detrimento de ciertos clásicos (se extrañaron canciones como
«El Holgazán», «Te quiero matar» y por sobre todo «Un dios aparte»), pero la
banda supo llevar a buen puerto este regreso.
Final a toda orquesta, caras de
cansancio y algarabía, foto grupal con todos los músicos e invitados de
rodillas agradeciendo a la gente, y la sensación de ser por un rato nuevamente
felices sin importar nada, como si pudiésemos transportarnos a los 90´s y creer
que otra vez podemos simplemente juntarnos a disfrutar y matar el tiempo.
R.C.
No hay comentarios:
Publicar un comentario