La última danza




Después del silencio, lo que más se acerca a expresar lo inexpresable es la música 

Aldous Huxley

El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla.

Robert browning

La música comienza donde acaba el lenguaje.

Ernest Theodor Amadeus Hoffmann


No había sido el vino ni tampoco el cigarrillo, cualquiera hubiera sido su origen existente. Menos aún la cena, por cierto, exquisita y regada de luces mortecinas. El aire estaba viciado y lleno de rumores. Las frases eran inconclusas, errantes, pero sagaces hasta el tuétano. Un suave tintineo se apoyó en mis oídos y flirteó mi nuca haciendo un sensual recorrido, al mismo tiempo que mis manos se relajaban y contraían al compás de lo que intuí pasaría. De repente un golpe, tosco, primitivo y visceral pero a la vez compasivo y doloroso. 
Luego otro y otro más.
Cerré los ojos casi por acto reflejo, temiendo que una fuerza sobrenatural me levantara y arrojara por los aires en un sólo movimiento. Me forcé para abrir un párpado sabiendo de antemano que mi percepción se encontraba embriagada, pero al notar una quietud solemne caí en la cuenta que lo que acontecería podría ser aún peor. Mucho peor.
Un mar de sonidos me abrazó haciéndome encoger y pese a mi lucha encarnizada solo logré caer de espaldas, a modo de rendición, esperando la estocada final que me dejaría ardiendo en agonía y, más tarde, frío como una piedra.
Recordé no estar solo, convencido que los que me rodeaban deberían estar experimentando sensaciones similares. Sin duda lo estaban.
Ahora, justo ahora, nuestros sentidos se confunden, la percepción se nubla y la razón se empaña, recordándonos que en un principio todos fuimos iguales: hombres y mujeres de cerebro arcaico que comprenden su entorno por sensaciones, sin el vicio que otorgan las palabras.
Pero el sonido y la imagen se fundieron formando un universo sin sentido; un mundo donde no rige la entropía sino el más absoluto y excitante caos, donde los sonidos arremeten nuevamente surcando estelas en el aire, dibujando a su vez líneas exóticas con el humo proveniente de nuestros cuerpos. Un colchón armónico envuelve el recinto disparando flechas a nuestros recuerdos más vívidos haciéndolos resurgir y precipitando emociones dispersas e intensas: amor, odio, dolor, alegría y tristeza. Todas ellas básicas, pero siempre efectivas. Mi corazón se agita en un in-crescendo bestial separando el alma de mi cuerpo, ambos contenidos a su vez por un aura de golpes, armonías, gritos, ruidos indescifrables, latidos. Ya nos sentimos parte de la música y del ritual, aunque éste no pertenezca a ningún credo o tribu exótica. A lo sumo, cada uno es partícipe de creer (o no) en lo que ella dicta.
Nosotros, extenuados y aterrados, pero también relajados y gozosos. Ella, inexorable y potente, pero a la vez delicada y etérea. Y así, la danza sigue: golpes, ruido, melodía, suspiros, chirridos, risas, alaridos, más golpes: infinidad de ellos. Lágrimas, sudor, frío, calor, ruido, armonía, tambores, cantos, voces, delirio, éxtasis, belleza, sensualidad, alaridos, caos, creación y desastre.
Y de pronto, silencio.

M.S

(Dedicado a la maravillosa experiencia de escuchar, sentir y vivir aquello que llamamos música)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los Andes “Obras cumbres” o la quimera hecha canción.

Todo amante de la música sabe con certeza lo difícil que es escribir una buena canción. Y cuando me refiero a ello no solo hablo de pe...