Demasiado ego

Cada vez que escalo soy perseguido por un perro llamado “ego”
Friedrich Nietzsche.
Para acabar con un alter ego, hay que convertirse en otro.
César Fernández García.

Después de un rato su pulso comenzó a ser errático. Internamente se podía ver la lucha y ese deseo de seguir con vida. Si bien había vivido, disfrutado y creado con intensidad, se negaba a dejar partir su huella en este mundo. Postrado y debilitándose, se aferraba a este plano de realidad con una tenacidad envidiable.
Cuando el sudor, la fiebre y la agitación parecían ganar la contienda, abrió los ojos. Una mirada fija y vacía recorrió la habitación buscando algún punto de referencia donde posarse. Tras vagar unos segundos se posó en mí, amenazante y escrutadora. Nunca supe si fueron segundos o miles de años, pero durante el lapso en nuestras miradas se encontraron pude ver más de lo que hubiese deseado.  Nos conocimos y nos comprendimos. Durante ese último instante de lucidez nos dijimos más que casi toda una vida juntos, pero el mensaje era claro: el partiría y yo no.
Nos tendimos la mano y las sujetamos con fuerza, intentando transmitir por intermedio de la presión el significado de lo que estábamos sintiendo. Fue intenso, pero no duró mucho.
Pese a que él se aferraba cada vez más a mí en su último intento, deje caer su mano y junto a ella mi mirada. El suelo sostuvo a las dos por un instante más.
Luego me compuse, inspiré un poco del aire viciado de la habitación y salí.
Si hubo más, no lo recuerdo y quizá tampoco hoy sea de importancia. Paradójicamente, sentía que si no hubiese sido por mí, él no podría haber hecho nada. Irónicamente, si no hubiese sido por él hoy yo no estaría escribiendo esto. Pero no todo se explica. No todo tiene respuesta. No todo tiene sentido. No todo es justo y no todo es lógico.
Por eso, amigo mío, creo que ya es hora de finalizar la despedida. Desde ya agradezco tu protección y cobijo, pero a partir de hoy continúo sin tu ayuda desde aquí. Confío en que entenderás los motivos de esta decisión, y en caso contrario, los mismos se irán aclarando con el paso inexorable del tiempo. Seguramente no encontraremos en otro tiempo y si la situación lo amerita, nos haremos compañía.
Esto es todo lo que somos.
No nos queda más que aprender a vivir con eso.
¡Buen viaje, Matt A. Hari!
 Tuyo ya no más,
Matías Sosa

Básicamente –y en el sentido más clásico del término- un alter ego describe a personajes que son psicológicamente similares o cuyo comportamiento, lenguaje o pensamientos intencionalmente representan a  los del autor.  Una suerte de proyección; un holograma quizá. No obstante, también puede encarnar a un mejor amigo, alguien en que se tiene confianza absoluta, una identificación de algo significativo o quizá como una mera imitación o reproducción de otra cosa.
Pero originalmente la expresión ‘alter ego’ nada tenía que ver con esta dualidad de la personalidad que hoy en día se le da sino que procede de una variante particular.
Fue el famoso filósofo y matemático griego Pitágoras, quien en el siglo V a.c. fue consultado por uno de sus muchos discípulos sobre “qué es un amigo’. Haciendo una referencia a aquél que se mira en su propio reflejo en el agua contestó: ‘Un amigo es otro yo’. Siglos más tarde, el filósofo y político Lucio Anneo Séneca (gran estudioso de la obra pitagórica), fue quien dió a conocer la traducción  formal en latín “Amicus est alter ego” (Un amigo es otro yo).
Ahora una pregunta de rigor: ¿Es necesario tener un alter ego? 
Todos en cierta forma necesitamos desarrollar uno que nos permitan vivir de una forma más plena. Desarrollar un alter ego permite expresarnos de una forma tal que no haríamos  expresándonos con nuestro propio yo. Si bien la mayoría de los alter egos son desarrollados concientemente, claramente son influenciados por las experiencias vividas y las circunstancias que nos rodean, incluso de forma inconsciente.
Ya sea por proteger la privacidad, como la necesidad de invisiblizar nuestras emociones o para proyectar una personalidad diferente a la propia, la consigna debe ser clara: El Yo debe controlar al álter ego y debe obedecer a sus órdenes. De observarse algún indicio de pérdida de realidad el mismo debe ser en parte acotado o destruido.

Sin embargo, partiendo del hecho que una proyección en cierta forma es una modalidad de idealizar lo que nos gustaría ser y no somos, o bien cómo nos gustaría actuar pero nuestro propio Yo no puede, la precaución es la vía regia para las diferentes formas de escapar a una realidad que se torna, por momentos, demasiado real.

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