Nunca le
perdoné a mi abuelo que no me contara el final de ese cuento.
Habíamos
estado hablando sobre cosas de la vida, fruto de la inmensa curiosidad de un
joven de quince años y la sabiduría de un caballero de setenta y cinco. Los
misterios de otras épocas y las novedades de la actualidad. El antes y el
después de la misma historia.
-¿Querrías
escuchar una aventura?, preguntó ansioso arqueando las cejas. Y Fue así como
comenzó.
El relato
iba y venía, tenía tensión, drama y giros inesperados. El nudo argumental se
centraba en los vaivenes del personaje principal, quien padecía de una
enfermedad incurable pero que luchaba por vivir y así poder terminar la misión
que le fue encomendada.
En el
momento de máxima intriga se detuvo y levantó la mano con gesto adusto. Desde
su silla preferida que le surcaba la espalda como un marcador de ganado, se
incorporó pesadamente y con una lucidez certera acercó su cara a la mía:
-La clave
para retomar cualquier historia es siempre dejar algo pendiente, afirmó casi en
secreto.
Y se fue a
soñar para siempre con los ojos abiertos.
(Para Enrique, donde quiera que esté)
M.S
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