De nadie
estamos más lejos que de nosotros mismos.
Friederich
Nietzche
Como
siempre, llego puntual a la cita. Pienso en lo que voy a decir y en cómo voy a
hacerlo. De a poco ordeno los pensamientos que darán paso a las palabras, y me
encomiendo a algún dios que me dé el valor para pronunciarlas. Siento el pulso
acelerado y la respiración algo entrecortada, pero siempre me sucede lo mismo
en este lugar.
Respiro
hondo, demasiado quizá, y me dedico a priorizar las ideas. Siento que están
listas pero nada sale de mi boca, excepto una bocanada de aire que se confunde
con un soplido. Se suceden uno tras otro como si formaran parte de un lenguaje
que todavía desconozco. Me mojo los labios una y otra vez casi en un patrón
rítmico, como si mi boca estuviera sellada cual portón de hierro. Cuando me
advierto próximo a hiperventilar logro serenarme y controlar el flujo de aire
poniendo toda mi atención en inspirar y expirar deseando que alguna palabra se
deslice hacia afuera casi sin querer: nada sucede. O quizá sí, ya que me siento
un torbellino de ideas que se agolpan y molestan entre ellas. Pese a estar
relajado pareciera como si me estuviese moviendo con un balanceo cansino. Trago
saliva por última vez y me fuerzo a terminar lo que empecé -por algo estaba allí-,
pero cuando un parpadeo irregular me saca de la diatriba interna en la que me
encontraba, caigo en la cuenta que ya llevo corriendo más de media hora y me
detengo como en cámara lenta.
Creo que es todo por
hoy, nos vemos la próxima.
M.S
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