Desde la primera vez que oí música, siempre he pensado
que ha de ser limpia,
muy precisa, tan limpia como sea posible.
Charlie Parker
Toda la vida tiene música hoy (…) Entre tanto silencio,
mientras todo estalla.
Luis Alberto
Spinetta
Culturalmente,
solemos asociar la flatulencia con mala educación, incontinencia, vergüenza y
un tipo de humor infantil y grosero. Sin embargo, los gases corporales no
siempre han sido objeto de tanto rechazo social y es posible seguir su rastro
hasta los inicios de la comedia en Grecia y Roma, en autores como Plauto y
Aristófanes. En La ciudad de Dios,
escrito entre el 412 y el 426 d.C, San Agustín hace mención sobre algunos
artistas que tenían “tal control de sus entrañas, que podían romper el viento
continuamente a voluntad, imitando el efecto de un canto”. En otros ejemplos,
en la Irlanda del medioevo existían profesionales llamados braigetori, y en el periodo japonés Kamakura (1185–1333) también
existieron artistas que presentaban danzas de flatos llamados Oribe.
Sin embargo,
no hay que ir tan lejos en el tiempo para conocer la historia del que podría
considerarse como el mayor artista de la flatulencia, el francés Joseph Pujol.
Nacido en
Marsella, Joseph Pujol era uno de los cinco hijos del escultor y picapedrero
catalán Francisco Pujol y de Rose Demaury. Cuenta la leyenda que mientras
nadaba en el mar, el joven Joseph tomó aire antes de zambullirse. A medida que
inhalaba la bocanada de aire, sintió un chorro de agua helada ingresando por la
puerta trasera de su cuerpo. Totalmente alarmado regresó de inmediato a la
orilla, y se sorprendió al ver que una gran cantidad de agua brotaba desde su
trasero. Tras un control médico que no detectó ningún tipo de afección, Pujol
exploró con sana curiosidad la llamativa habilidad que había descubierto por
accidente.
Se
sorprendió al saber que poseía un maravilloso control abdominal, que le
habilitaba a poder succionar agua a través de su ano y proyectarla de regreso
al exterior con una fuerza impresionante, generando un chorro de varios metros.
Ese proceso de prueba y error también lo llevó al descubrimiento de que podía
aspirar grandes cantidades de aire por su trasero si se contorsionaba de la
forma correcta, mismo aire que podía expeler a su antojo. Pero lo mejor todavía
estaba por venir: era capaz de controlar la presión de salida del aire y
producir diferentes tonos, hecho que le permitía reproducir melodías sencillas.
Mientras Joseph cumplía servicio en el ejército, se encargó de entretener a sus
camaradas soldados con sus trucos, donde le fue dado el apodo de “Le Pétomane“
(la traducción más acertada seria “pedómano”). Cuando dejó el servicio
estableció una panadería en Marsella, que tenía la reputación de hornear las
mejores panes de salvado de trigo en el sur de Francia, pero debido a su
carácter inquieto comenzó a incursionar en el mundo del espectáculo. Al
principio se resistió a emplear su peculiar fisiología en su rutina, por lo que
inició ejecutando un acto cómico con el trombón, pero decidió dar un paso más allá
de los establecido.
A los 30
años, en 1887, probó suerte montando un espectáculo en el que demostraba su
extraordinaria habilidad y poco tiempo después fue descubierto por un
productor, que lo llevó a París y le consiguió un espectáculo en el Moulin
Rouge, donde su número, Le pétomane, se hizo internacionalmente famoso. Pujol
podía apagar una vela a varios metros de distancia, imitar sonidos de animales
de una granja, lanzar un chorro de agua a más de cinco metros, e interpretar
diversas melodías con un flautín, como La Marsellesa, el Claro de Luna u O sole
mio. Cabe aclarar que la sesión de gases del artista emitía eran completamente
inodoros, ya que purgaba su colón a
diario como parte de su rutina.
La impresión
del público solía pasar por varias etapas: de la incredulidad inicial al
desconcierto, momentos más tarde que daba paso a una catarata de carcajadas que
podía provocar asfixia –debido al uso del corsé– en algunas mujeres del
público, por lo que la organización del evento debía contar con asistentes
durante el espectáculo de Pujol, para auxiliar a las afectadas.
Entre las
figuras más destacadas de su tiempo que presenciaron los actos del “pedómano”,
se encuentran Sigmund Freud (quien
acudiría a presenciar su espectáculo para reelaborar su teorías acerca de las
fijaciones anales y que conservó hasta el día de su muerte un retrato de Pujol
en su consultorio), los reyes Eduardo VIII del Reino Unido y Leopoldo II de
Bélgica.
Durante ese
período, Le Pétomane era todo un
éxito. Empleó su fisiología única para entretener de esta forma durante años,
llegando a ser el artista mejor pagado de toda Francia, y quizá del mundo.
Abandonó el Moulin Rouge en 1895 cuando el dueño lo demandó por incumplimiento
de contrato después de que ofreciera serenatas privadas a algunos miembros de
la audiencia, tras lo cual fue rápidamente reemplazado por una mujer a la que
llamaron La Femme-Pétomane, quien en realidad no poseía las habilidades de
Pujol y llevaba a cabo su espectáculo gracias a un adminiculo que ocultaba bajo
su falda e imitaba el sonido de las flatulencias.
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Joseph Pujol o "Le petomane" |
Llevó su
espectáculo de gira por varios países de Europa y África del norte, hasta
presentarse en la Feria Mundial de París, en el año 1900. Continuó con sus
presentaciones en el teatro Pompadour, hasta el inicio de la Primera Guerra
Mundial, en la que uno de sus hijos cayó prisionero y otros dos quedaron inválidos.
Motivos más que suficientes para que el artista se retirase del espectáculo y
volviera a Marsella, donde retomaría su oficio de panadero hasta su muerte, en
1945.
Ahora bien,
más allá de la opinión personal, del preconcepto y de los rótulos, es
maravilloso observar la capacidad creativa del ser humano. Esa habilidad para
materializar una idea, moldearla y hacerla pública; ese hecho artístico que
espera la aprobación del espectador quien completa, a su vez, la obra con su
mirada.
Bien
excentricidad o bien oportunismo, el descaro del “arte” de Pujol desafió los
estándares de su época. No es poca cosa que, en plena era victoriana, la gente
pagara por presenciar un espectáculo tan escatológico y de dudoso gusto. Quizá
sea entendible el interés del público desde una mirada actual, debido a la
represión y pacatería de dicha época, pero que de ninguna manera diluye ese don
humano de crear una demanda para una oferta.
Joseph Pujol
lo hizo: logró cagarse en los estereotipos de su tiempo; también su público
generando el mismo efecto con sus carcajadas. Raro, pero real. Aunque usted… no
lo crea.
MATT A. HARI
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