Comerse a besos


El canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura.
Salvador Dalí
Si falla el capitalismo, podemos probar con el canibalismo.
Andrés Rábago García

Armin Meiwes nació el 1 de diciembre de 1961 en Essen, Alemania. En sus años de escuela, era un chico de apariencia normal, de carácter cohibido y escurridizo y un tanto esquivo al contacto social. En alguna ocasión sus profesores llamaron a sus padres para comentar las conductas evasivas de Armin para con sus compañeros de aula. Tuvo una infancia feliz, rodeado de su familia y los múltiples animales que poseían en su casa en el campo.
Su padre y hermanos se marcharon cuando todavía era muy joven, teniendo que quedarse a cargo de una madre muy huraña, controladora y volátil en relación a sus vínculos amorosos. La soledad en que se veía inmerso lo obligó a crearse un amigo imaginario al que consideraba su “verdadero” hermano. Con la llegada de la adolescencia comenzó a tener deseos sexuales hacia su hermano imaginario y otros chicos, con los que deseaba crear un vínculo muy estrecho, llegando a considerar que el comerse a esa persona representaba el mayor estado de unión posible, en el cual dos se convertían en uno. Una vez cumplida la mayoría de edad se une al ejército, donde es reconocido y admirado por sus compañeros debido a su dedicación y conocimiento, dejando la soledad a un lado, al igual que sus ideas y deseos sexuales. Tras más de diez años en la milicia deja su puesto para centrarse en el cuidado de su madre. Al morir esta, comienza a experimentar una suerte de liberación que lo lleva a buscar información y contactos por internet relacionados con el canibalismo.
Así comenzaron sus primeros contactos. Primero un cocinero se ofreció a él junto a dos de sus ayudantes para ser degustados. Armin habría tenido la oportunidad de matarlo y devorarlo pero, ante las dudas de la víctima, lo dejó ir. De acuerdo a su particular lógica, el banquete sólo tenía sentido si la víctima también estaba de acuerdo en ser devorada.
Tiempo más tarde conoció vía chat a Bernd Jürgen Armando Brandes, un ingeniero de Berlín. La violencia y la tortura formaban parte de los rituales sexuales cotidianos de Bernd, quien se sintió atraído ante la peculiar solicitud de Meiwes y con quien acordó un encuentro durante un fin de semana donde pusieron a prueba sus instintos sexuales caníbalisticos. Tras la despedida en la estación de trenes, Brandes lo pensó mejor y llamó a Meiwes para que lo fuera a buscar en una parada cercana. Quería probar otra vez.
Tras varias horas de conversación, Brandes acordó que Meiwen le amputase el pene. Con gran cantidad de alcohol y medicamentos que le impedían sentir dolor, el miembro de Bernd fue amputado e ingerido en parte por él mismo. Meiwes cortó el pene en dos trozos y lo cocinó para ambos.
Poco se sabe de los verdaderos motivos que llevaron a la víctima a entregarse de tal manera, pero tiempo más tarde el perpetrador manifestó haberse sentido “maravillado por la felicidad que Brandes experimentaba”. Meiwes posteriormente asesinó a su víctima sobre una mesa y grabó todo el proceso con una cámara de vídeo. Descuartizó el cuerpo y conservó la carne, consumiéndola los días posteriores.
Bernd Brandes, la víctima de Meiwes
Tiempo después comenzó a buscar nuevas víctimas desesperadamente, conducta que finalmente condujo a la policía a desenmascararlo y capturarlo. Un estudiante de Innsbruck denunció a Meiwes, que aseguraba en diversos foros haber degustado la carne humana. Lo llamativo de esta cuestión es que en el recuento de respuestas de su chat se registraron varios centenares de potenciales víctimas dispuestas a dejarse devorar por el caníbal. Su arresto se llevó a cabo un año exacto después del asesinato.
Lo que quedó demostrado es que en realidad Armin Meiwes no era un perturbado mental que quería saciar sus instintos más básicos, si no que se trataba de un asesino de tomo y lomo.
El veredicto de los psicólogos y psiquiatras que actuaron en la causa muestra que Meiwes hizo uso de facultades mentales plenas al momento de cometer el crimen, asimismo consideraron que la víctima no podía pensar racionalmente al momento de ser cercenado. La fiscalía quiso juzgarlo por asesinato con motivos sexuales e imputarle cadena perpetua, pero el problema radicaba en que la víctima dio su consentimiento al asesino y la defensa usó este argumento para que se considerase como homicidio a petición -una especie de eutanasia ilegal- lo que llevaría a una sentencia de entre 6 meses y 5 años, anulando la consideración de homicidio de primer grado.
Según el profesor Arthur Kreuzer del Instituto de Criminología de la Universidad de Gessen, el caso pudo marcar un hito en la historia judicial, ya que se convertiría en una especie de asesinato convenido por víctima y asesino. El abogado de Meiwes citó como una carta favorable que Armin dejó libres a cuatro personas que se habían ofrecido voluntarias para el sacrificio debido a las dudas que mostraban. Su víctima dio el pleno consentimiento antes de que Armin lo matase.
El caso de Armin Meiwes o “el caníbal de Rotemburgo” como fue catalogado por la prensa amarillista, conmovió a todo el mundo por su crueldad. El fallo judicial se enfrentó a problemas para condenar al acusado por crimen, pero finalmente Meiwes fue condenado a cadena perpetua bajo la carátula de “asesinato con motivos sexuales”.
Curiosamente, numerosos grupos musicales han escrito canciones acerca de la enigmática figura de Armin Meiwes, así como también su historia fue llevada al cine en el film Rothenburg, el cual permaneció prohibido en Alemania durante mucho tiempo.

MATT A. HARI

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