Binomios del arte (IV), Hoy: El Mein Kampf según Frank Rijkaard.

Una persona que quiere venganza guarda sus heridas abiertas.
Sir Francis Bacon
Ojo por ojo, diente por diente.
Refrán popular

Durante el partido por los octavos de final de la Copa Mundial de Italia ´90 disputado entre Alemania Federal y Holanda, los futbolistas Rudi Völler y Frank Rijkaard protagonizaron una pelea que tiene consecuencias visibles hasta la actualidad.
Durante el cotejo, el holandés le comete una falta a Völler y se lleva una tarjeta amarilla. Al pasar por al lado del jugador teutón, Rijkaard lo escupe por detrás en el pelo. Le dice, también, algo universalmente traducible como "andate a la mierda".
Segundos después, Völler se da cuenta del “obsequio” que lleva en su cabellera y le reclama al árbitro del encuentro, el argentino Juan Carlos Lousteau. Éste, harto de la situación, lo amonesta también. Se cobra la falta y nuevamente se produce un nuevo encontronazo. El árbitro se cansa de la situación y los expulsa a ambos.
Camino de los vestuarios, y todavía en el césped, Rijkaard vuelve a escupir a Völler. Esta vez con más flema y sin saber que para una pequeña parte de aficionados holandeses, se acababa de convertir en una especie de héroe a destiempo de la resistencia antinazi.
Era 1990 y todavía vivían muchas personas que habían sufrido la ocupación nazi de Holanda en la que el III Reich no solo prohibió el color naranja, símbolo nacional, sino que durante 5 años acabó con la vida de más de un cuarto de millón de holandeses. Durante el asedio a Rotterdam, por ejemplo, las bombas alemanas causaron 900 muertos en un solo día. Más de 100.000 judíos del país fueron deportados a los campos de exterminio nazis.
La disputa, ahora deportiva, tuvo otro antecedente en la copa del mundo de 1974, donde quedaron registradas las declaraciones de Wim van Hanegem, uno de los mejores futbolistas de la Holanda de Johann Cruyff, quien justo después de perder la final contra Alemania declaró: "Lo único que me importaba no era el marcador, sino humillarlos. Ellos asesinaron a mi padre, a mi hermana y a mis dos hermanos. Los odio". Era la primera vez que ambos equipos se enfrentaban oficialmente desde el final de la Segunda Guerra Mundial y, si aquella acabó en derrota para el III Reich, la final del 74 es conocida en Holanda como De moeder aller nederlagen o La madre de todas las derrotas. En la Eurocopa de 1988, también en terreno alemán, las selecciones volvieron a cruzarse, pero esta vez fue la Holanda imparable de Ruud Gullit, Marco Van Basten y el mismo Rijkaard quien se llevó los laureles. Para hacerse una idea de la temperatura social vivida durante el cotejo, basta decir que el defensor Ronald Koeman celebró la victoria simulando que se limpiaba el culo con la camiseta que segundo antes había intercambiado con el alemán Olaf Thon y el guardameta Hans Van Breukelen dedicó la victoria a “la generación que vivió la guerra"
Por ende, no es de extrañar que cuando Rijkaard enredó aquel infame salivazo en los rizos de Völler, hubiera muchos que lo tomaran como una especie de simbólica -y asquerosa- venganza histórica.
Hoy en día, en Holanda, no es difícil ver en determinados ambientes alternativos remeras, bolsos o stickers con la imagen del mediocampista y su icónico salivazo con lemas que rezan Rijkaard Jugend (Las juventudes de Rijkaard), Voetbal against Krauts  (Fútbol contra los cabezas cuadradas) o Love Football, Hate Germans (Ama el fútbol, odia a los alemanes).
Pese a ser sólo un dato de color dentro de un entramado social mucho más amplio y complejo, la anécdota marca la vivencia individual de un hijo de sobrevivientes, con llagas profundas todavía sin cicatrizar, que aunó el dolor de muchos y se convirtió por un instante en el vengador involuntario de una dolorosa herida nacional.

MATT A. HARI

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