¿Qué ves cuando me ves?


Es el ojo de la ignorancia el que asigna un color fijo e inmutable a cada objeto.
Paul Gauguin

Las islas definitivamente tienen algo especial. Su aislamiento permite que se desarrollen especies endogámicas, con características imposibles en otras partes del mundo ya que no albergan las circunstancias especiales que se dan en ese pedazo de tierra rodeado por agua. Tortugas gigantes en las Galápagos, aves incapaces de volar en Nueva Zelanda, los ornitorrincos australianos... Pero estas mutaciones no sólo pueden ocurrir con la flora. Los humanos, como cualquier otro animal, también pueden desarrollar condiciones especiales que los hacen únicos. Y la prueba es Pingelap, la isla de los ciegos al color.
En esta pequeña isla, situada en la Micronesia, un 10% de la población ve el mundo completamente en blanco y negro y otro 30% es portador de esta mutación genética. En comparación, en EE.UU. sólo una de cada 33.000 personas —un 0,003%— está afectada y otros países poseen estadísticas similares. La cultura de los habitantes de Pingelap, al igual que su idioma, gustos y forma de vestir está adaptada a un mundo sin color. Las tejedoras daltónicas, por ejemplo, realizan su arte en la oscuridad de una choza, guiándose únicamente por los brillos de los hilos en contraste con la palma de su mano. ¿Ficción? Ni por asomo.
Sin embargo, esta deficiencia supone a veces una ventaja. Entre los verdes de la jungla, que a una persona con visión normal le parecerían nada más que una maraña de plantas, los habitantes de la isla distinguen tonalidades de grises, brillos y texturas diferentes fáciles de identificar y distinguir. También suelen ser contratados como pescadores nocturnos, ya que, bajo la luz de la luna, distinguen mucho mejor que cualquier otro los movimientos de los peces.
La pregunta es, ¿cuándo se inició esta anomalía? Para ser precisos, alrededor de 1775, cuando la isla sufrió una terrible catástrofe: el tifón Lienkieki destrozó su superficie, acabando por el camino con el 90% de la población. Se estima que solamente 20 personas sobrevivieron. Entre ellas, el jefe de la isla, Mwanenised, que sufría de una enfermedad: era acromatópsico completo. O, como lo llama el común de los mortales, daltónico. En pocas décadas, sorprendentemente, la población alcanzó los 100 habitantes. (Mwanenided era conocido en la isla como "maskun", literalmente "no ve" en pingelapés). Todo parecía andar sobre ruedas para el renacido pueblo, pero a partir de la sexta generación comenzaron los problemas ya que muchos niños nacían incapaces de distinguir los colores. Los supervivientes, resueltos a recuperar la población de la isla, tuvieron que recurrir a relaciones endogámicas. Y solo bastó con que dos personas procrearan con ese antiguo jefe como descendiente común para que la acromatopsia se manifestase.
Y así fue como Pingelap se convirtió en la isla de los ciegos al color. Historia que llevó al neurólogo Oliver Sacks a escribir en 1997 su libro denominado “La isla de los ciegos al color”.
En la parte de atrás de nuestros ojos, en la retina, hay unas células sensibles a la luz llamadas conos y bastones. Estas células empiezan a desarrollarse en el útero y para cuando un feto tiene cumple 28 semanas ya puede ver, incluso en la oscuridad del vientre materno. Inicialmente sólo será en blanco y negro, pero pronto los conos quedarán conectados, listos para llenar de color nuestro mundo.
Unas proteínas sensibles a la luz son las encargadas de convertir el rojo, el verde y el azul –los componentes de la luz que entran en nuestros ojos– en impulsos nerviosos. Éstos son enviados al cerebro y allí interpretados como una imagen a color. Pero si estas proteínas clave no funcionan bien, uno está condenado a vivir en un mundo de grises durante toda la vida.
La isla de Pingelap, desde el aire.
Las imágenes en blanco y negro trasladan muchos sentimientos diferentes y generan distintas reacciones en el observador. Pueden mostrar sobriedad – y la cualidad de la elegancia-, pero también se asocia con la tristeza y la nostalgia. Además, las imágenes en blanco y negro también tienen asociado el sentimiento de veracidad, atribución lograda por la creencia que las cosas antiguas eran más “verdaderas” y no tan artificiales. Gran parte de los habitantes de Pingelap quizá no pueda diferenciar los colores, quizá como resistencia a un mundo que cambia demasiado rápido, quizá como intento de minimizar el estímulo visual desnudándolo a su mínima expresión. Para los moradores de esta isla perdida lo clásico, aun hoy, sigue siendo moderno. 

-MATT A. HARI-

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