Aquel que más posee, más miedo tiene de perderlo.
Leonardo Da Vinci
En 1958, un hombre llamado Robert
Lane, quien vivía en un complejo de viviendas de Harlem, en Nueva York, tuvo la
idea de bautizar al último de sus varios hijos con un nombre que debía traerle
suerte: Winner Lane. Acaso esperaba que aquella palabra (Ganador) fuera tan
contundente que lo hiciera escapar a las modestas condiciones de vida que
llevaban hasta entonces. La historia tomó un giro tres años después, cuando los
Lane tuvieron otro hijo.
Al parecer, el retoño no estuvo
en los planes familiares y Robert no contaba con la elección de un nombre preciso,
y quizá debido a haber colocado una vara significante tan alta con su hijo
anterior, el día en que el niño nació,
le pidió a su hija Dinelda qué nombre se le ocurriría para su nuevo bebé. La
joven, gracias a un razonamiento lógico pero reduccionista, llegó a la idea
que, si ya había un Ganador en la familia también debía haber un “Loser”
(perdedor). Robert Lane se vio tentado por un efectismo divertido sin pensar en
las consecuencias, porque, de funcionar la lógica en este caso y si Winner
tenía el futuro asegurado, ¿qué podía esperarle a Loser?
"Los hermanos sean unidos, porque esa es la ley primera" |
El destino, como de costumbre, omitió la justicia poética y jugó los dados de manera irónica: Loser
Lane ganó una beca y estudió en un instituto privado, luego se licenció en la
Universidad Lafayette de Pennsylvania y más tarde ingresó a la Policía de Nueva
York donde alcanzó el cargo de sargento, es decir, el rango de mayor prestigio
dentro de un destacamento de policía; Su hermano, Winner, fue por la vía
contraria y hasta el año 1999 contaba con un prontuario de 30 arrestos por robo, violencia
doméstica y otras denuncias de diverso tenor.
Actualmente, los hermanos apenas
se hablan. Loser, habiendo nacido perdedor, dedicó su vida a revertir la
sentencia. Winner, por el contrario, el mote le llegó de antemano y debió cumplió
varias sentencias para soportar la pesada carga. Su padre, ya fallecido,
claramente tuvo la idea correcta que un nombre puede cambiar el destino de una
persona. Solo se equivocó en el orden de quién debía llevarlo.
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