Donde van las horas que no vivimos





Es divertido cómo vuela el tiempo
Tears for fears -Head over heels-


Cada año, cuando se aproxima el momento del cambio de hora, surgen varios estudios de quienes manifiestan lo mal que sientan esos cambios en ancianos y bebés. Más allá de los mínimos factores que pudieran perjudicar a determinadas personas,  el valor psicológico, el valor energético (para aprovechar las horas de luz en horario productivo) y el clima son variables de peso que debieran contrarrestar de sobra los ímpetus de quienes se oponen al cambio.
Una  descompensación análoga ocurre al viajar a algún país lejano y se lo denomina Jet lag –Disritmia circadiana o síndrome de los husos horarios- . La fatiga y la confusión son síntomas característicos de este cuadro y se produce porque el reloj interno que marca los ciclos de sueño y de vigilia se desequilibra.  Hasta aquí no se visualiza nada nuevo más que refrescar conceptos sabidos o de fácil acceso. Ahora bien, y volviendo a nuestra rutina diaria,  ¿no nos ocurre que de lunes a viernes nos acostumbramos a madrugar y luego no se “aprovechan” los fines de semana porque se nos van las dos mañanas durmiendo? Pues bien, no se trata de vagancia ni de negación, ya que esa información se encontraría escrita en nuestros genes. Según el biólogo alemán Till Roenneberg, los seres humanos nos podríamos diferenciar por ser alondras o búhos ya que, según estudios de sueño,  tendemos a alcanzar el nivel óptimo de actividad o bien en las primeras horas del día o bien en las últimas. Un claro ejemplo de esto es el pensar cuál es la mejor hora para comer, dormir o incluso tener sexo. De acuerdo a sus investigaciones, la mayoría de las personas tenemos genes búhos, y el problema radicaría en que vivimos en sociedades alondras en las que se nos obliga a levantarnos muy temprano y adelantar, por ende,  nuestros ritmos internos. Algo así como un jet lag, pero social.
Sin embargo, esto podría no ser tan así. En realidad es la intensidad lumínica la que regula nuestros ciclos vitales (la melatonina, para ser más precisos, es la hormona encargada de organizar este proceso) y  pasamos un buen tiempo encerrados en “jaulas” - u oficinas- en las que vemos apenas la luz solar pero no dejamos de estar constantemente iluminados durante toda la jornada. Por consiguiente, esto simularía vivir en un crepúsculo constante en el que se dificulta distinguir el día de la noche. Cabe aclarar que se debe tener en cuenta el huso horario donde nos situemos. Varios países comparten los mismos husos horarios pero no amanece ni anochece a la misma hora. Es por esto que cada cultura crea su propio horario social, adecuándonos al horario solar y, por ende, cada individuo a éste.
Pese a que nuestro planeta tierra se encuentra dividido por los 24 husos horarios siguiendo la definición de tiempo cronométrico desde la línea imaginaria de Greenwich – en Londres-, el pasaje de un día al otro se determina por la línea internacional de cambio de fecha, ubicada en el meridiano 180° sobre el océano pacifico. Y es aquí donde las cosas se tornan un poco difusas.
Sobre esta latitud, hay un lugar en el que los territorios de los Estados Unidos y Rusia están a menos de 4 km. de distancia, pero separados por una fecha. Son las remotas y poco conocidas islas Diómedes, en el Estrecho de Bering,  ocupando el espacio marítimo que separa Alaska del extremo oriental de Asia. Fue ese lugar el que, teóricamente, sirvió de paso a los primeros pobladores del continente americano ya que, al congelarse las aguas durante el invierno, ambos continentes quedan unidos por un lapso considerable de tiempo permitiendo su paso a pie.  Las islas conocidas como Gran Diómedes y Pequeña Diómedes  están separadas por un estrecho de 3.700 metros, pero lo curioso es que la Gran Diómedes es el punto más al Este de Rusia, y la Pequeña Diómedes es el más al Oeste de los Estados Unidos.
Durante la Guerra Fría, los nativos de las islas -antes de las colonizaciones rusa y americana- tenían prohibido circular entre ellas, e incluso intercambiar cualquier tipo de información, en un área que llegó a llamarse "telón de hielo”. Una vez finalizada la guerra, todos los nativos de la isla rusa fueron trasladados al continente, y el archipiélago quedó con sólo un pequeño poblado en la isla americana. Este pueblo tiene en la actualidad unos 170 habitantes.
Hecha la aclaración geográfica, y recordando que la línea imaginaria del cambio de fecha se encuentra entre ellas, sucede la particularidad que desde la Pequeña Diómedes miran al mañana y desde la Grande, al ayer. La diferencia horaria oficial entre ambas es de 21 horas, de manera que cuando en el lado ruso son las doce del mediodía, cuatro kilómetros al Este son las tres de la tarde del día anterior. En realidad, la hora solar en ambas islas es exactamente la misma, pero ese trozo de océano se convierte en el único lugar del mundo en el que se puede cruzar a pie de ayer a hoy y de hoy a mañana. Irónicamente, los 115 habitantes de la Pequeña Diomedes siempre tienen la certeza de que el mundo no se va a acabar mañana, básicamente porque en la isla del frente ya es mañana y aún sigue ahí.
Cuenta la leyenda que aquí se encuentra ubicada una oficina que recibe reclamos acerca de los altercados con el  tiempo que viven las personas. Consultas sobre Lapsus de tiempo, aburrimientos, desmayos, estados de coma, hipnosis, viajes astrales, jet lags, y un largo etc., se dan lugar ante los empleados, quienes cotejan esa información con un comité especializado, determinando en caso de producida una anomalía, un resarcimiento simbólico de las horas perdidas ofreciendo a los damnificados pasar el tiempo perdido vagando por los confines de las islas hasta recuperarlo.
Ahora bien, dado que la representación del tiempo respondería a parámetros subjetivos y los sistemas de medición horaria serían meras convenciones sociales, no seríamos realmente dueños de la totalidad del tiempo que vivimos a lo largo de nuestras vidas. Eso sí: tampoco lo reclamamos. Simplemente, nos acostumbramos.

-Matt A. Hari-

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