(Des)esperar

Todo lo puede esperar el hombre mientras vive.
Séneca

¿Qué esperamos?
¿Qué nos den una palmada en el hombro y nos digan «gracias por todo»?
La espera es siempre pasiva, sinónimo de paciencia y de comprender toda sin importar lo que nos ocurra. Aprendemos a esperar cuando nacemos con la inmediatez como premisa; y no hay un solo día donde no reclamemos ese derecho biológico de satisfacernos sin demora.
Nos dicen tres horas o tres meses, la mueca de nuestra cara cambia y comienza a adaptarse a eso que, justamente, no esperamos. Esperar nos templa, nos cocina a fuego lento y en ocasiones nos consume. Viéndolo así, la vida misma es la eterna espera de la muerte; esa pena que, irónicamente, no esperamos y pedimos se retrase.
Esperamos la oportunidad. Un oxímoron con excepción a la regla.
“Es-pero” refiere a algo que es y no es al mismo tiempo; una suerte de realidad con condiciones, un «casi», una clausula de algo a cambio de nuestro bien más preciado y de alcance limitado: el tiempo.
Entonces ¿qué esperamos? ¿Tiempo? ¿Esperar sin desesperar con la esperanza intacta? 
Ni por asomo. Que sea el tiempo el que, por una vez, nos espere.

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