Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
Jorge Luis Borges.
Momentos. Solo un espacio de tiempo que se valora y resignifica una vez que el mismo ya pasó junto a nosotros. O es quizá la memoria ganándole al olvido en lucha por preservarlos, atando los cabos sueltos y armando esa diapositiva de fotos que conforman nuestra vida. Imágenes que recopilamos y archivamos junto a un suspiro, una sonrisa, un llanto y a esa expresión tan particular que hacemos cuando recordamos –levantar las cejas, los ojos entrecerrados con la mirada apuntando hacia la izquierda- nos evocan menos de lo que nos seguramente nos gustaría. La dura verdad de saber que no retenemos todo lo que vivimos produce, a menudo, un vacío existencial. Como si por cada secuencia transcurrida debiéramos contentarnos con una postal que enmarque el paisaje. Un"clic"por cada parpadeo. O esa sensación tan extraña de recordar algo totalmente olvidado gracias al testimonio de otra persona que vivió lo mismo pero lo recordó diferente. Un instante. O mejor dicho, una sucesión de hechos con tiempo imperceptible.
La brevedad hecha carne, como uña y piel. Eso somos, y deberíamos recordarlo con “fotos” de buenos momentos: una celebración, un beso en una servilleta de papel, una flor seca, unas palabras de aliento garabateadas al apuro; que funcionen como un ancla que amarre la memoria con algo tangible para que se pierda en los mares del olvido.Con nada venimos y con nada nos vamos. Aunque no del todo: solo nos llevamos las fotos. Sin posesiones, sin pertenencias, sin ataduras materiales; solo con la certeza que somos dueños de nada más allá que lo vivido.
-MATT A. HARI-
No hay comentarios:
Publicar un comentario