“Lo más importante que aprendí a hacer después de 40
años fue a decir no cuando es no”
Gabriel García Márquez
Decir que sí cuando se siente que no. ¿Común, no? Pocas expresiones
existen que tengan la potencia e impronta de un “no”. El primer límite, las
primeras lecciones, los miedos más arraigados, el difícil afrontamiento, la
dura aceptación. Sólo dos letras que unidas dan cuerpo a la combinación más
temida de nuestro vocabulario.
Rechazo. Sueños rotos. Esperanzas truncas. Expectativas derrumbadas.
Quizá sea una verdad de Perogrullo, pero pertenecemos a una cultura
donde el hecho de querer agradar vence a la individualidad, la imagen a la
verdad y las palabras ajenas al yo interior. La mentira le gana a la verdad. Lo
más llamativo de este razonamiento es que la mentira y el falso testimonio son
moneda corriente en nuestras vidas. Nos gustan las calumnias, las falacias y
embustes. Porque la mentira es manejable y, a la larga, digerible. La verdad,
por el contrario, es dolorosa y es imposible de engullir, nos queda atorada en
la glotis y quema hasta volverse brasa.
El “no” altera la armonía y habilita el conflicto; aunque negar una
cosa implica afirmar otras muchas, y viceversa. Pero esa certeza siempre llega
después y nunca antes. De ahí el destiempo y de ahí la asincronía. Un “no” a
tiempo es casi un hipotético, una suerte de quimera.
No obstante, saber lo que no se quiere es el primer paso para
averiguar lo que realmente se desea. Pese a que nos duela, la negación abre una
brecha que posibilita al “sí”, habilitando el interjuego necesario para dar
cuerda al artefacto que mueve al mundo.
Al fin y al cabo: ¿el no es sí
y el sí es no? Sí y no. Depende de cada uno aprender a aceptar un no como
respuesta y dejar de ver al otro como enemigo, cuando en realidad somos
nosotros quienes debemos amigarnos con nuestros anhelos.
-MATT A. HARI-
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