Si las puertas de la percepción se depurasen,
todo aparecería a los hombre como realmente es:
infinito.
Pues el hombre se ha encerrado en sí mismo hasta ver
todas las cosas a través de las estrechas rendijas de
su caverna.
William Blake –Las bodas del cielo y el infierno-
Los pasillos representan cosas
trascendentales en nuestras vidas. Desde que nacemos, atravesando el túnel materno que nos guía hacia la luz. Análogamente,
cuando morimos recorremos un tramo similar
que también nos dirige hasta otra luz diferente, cerrando el círculo. En forma
gráfica, la vida misma (o la forma en que la percibimos) toma su recorrido y se
despliega ante nuestros ojos en la forma de un gran “corredor”.
Se llama pasillo a los espacios
cuya función principal es la circulación; espacios que comunican diferentes
habitaciones, “estares” o incluso diferentes elementos en una misma estancia.
Por su naturaleza, los pasillos suelen tener una dimensión marcadamente más
larga, correspondiente con el sentido de la circulación, y una más corta. Cuando
la proporción entre largo y ancho no es tan marcada, el pasillo pasa a llamarse
“hall” y puede ser utilizado, además, como zona de espera.
Un corredor posee una connotación
popular que alude a una mayor amplitud y luminosidad. Un pasillo, en cambio,
evoca más bien a algo estrecho, cerrado y oscuro, donde la opresión se
encuentra presente y palpable. Sin embargo, todo pasillo/corredor posee una o
varias aberturas hacia otras habitaciones. Nuestro paso por esta vida se da en
una serie de hechos cronológicos que marcan hitos en la historia, o al menos en
la nuestra. Cada hito puede ser representado por una puerta, la cual, a su vez,
da lugar a una habitación que contiene las memorias y vivencias asociadas a él.
Podemos entrar y salir de ellos mientras tengamos la capacidad para hacerlo,
pero es en cierta forma inevitable retornar al pasillo y continuar nuestro
recorrido. Si es hacia adelante, hacia atrás, o si simplemente nos dedicaremos
a la quietud contemplativa, depende de las circunstancias. Cada habitación
corresponderá a un recuerdo, una vivencia, una oportunidad o simplemente una
pérdida de tiempo, pero a la vez irá conformando el laberinto de pasadizos en
el que tendremos que buscar nuestro devenir. Alude, también, a las idas y
vueltas, a las distintas velocidades que empleamos para trasladarnos de un lado
a otro.
Pero el recorrido puede no ser
tan fácil y los accesos tan simples. Quizá las puertas estén cerradas, trabadas
desde adentro u obstaculizadas por el mobiliario de recuerdos e imágenes.
Nuestra función es convertirnos en “cerrajeros” y en desarrollar llaves que nos
permitan el acceso a esas otras realidades, ya sea de forma simbólica, abstracta
o literal. Las nuevas formas de percibir esas realidades nos acompañaran de
vuelta al pasillo y servirán de ayuda para enfrentar nuevos desafíos e
inconvenientes. La excepción a la regla la marca el pasillo denominado “Corredor
de la muerte”, nombre que se le da a la celda de los condenados a la pena
capital, a menudo es una sección de una prisión, donde se encuentran las celdas
de los individuos que esperan la ejecución. En él, no hay salidas, puertas
mágicas ni posibilidad de desenlaces. El recorrido es sólo uno. La analogía
entre este pasillo y el túnel de luz que recorremos antes de morir nunca fue
tan clara.
¿Quién duda de la importancia de una llave y las
puertas en nuestras vidas? Las usamos en todo momento, muchas veces sin reparar
en ello: para proteger nuestros hogares, nuestras posesiones, secretos y hasta incluso para simbolizar los vínculos
de amor. Las llaves son a lo que más cuidado ponemos a evitar que se extravíen,
aunque por alguna razón inexplicable suelen estar desaparecidas con mucha
frecuencia. Solo con ver una llave, ya podemos hacernos a la idea de la
magnitud del bien que estamos intentando proteger o acceder. Pocas veces nos
detenemos a pensar en ellas, pero las llaves y cerraduras tienen la capacidad
de darnos pistas acerca de la evolución de nuestras vidas y de la importancia
que han tenido distintos eventos para cada uno de nosotros. Lamentablemente, no
las poseemos todas. No. Ni siquiera aquella que funcione como ganzúa o “llave
madre” y que nos permita la libre entrada o salida. Peor aún, en muchas
ocasiones otras personas tienen en su poder las llaves que necesitamos.
Las habitaciones que visitemos
nos irán forjando como individuos, brindándonos herramientas a veces y otras
poniéndonos obstáculos. Algunas de sus puertas las dejaremos abiertas, algunas
las cerraremos y en otras fantasearemos
poder controlar los efectos que endilguen sobre nosotros, negando su existencia
o escondiendo su verdadero significado. Y quizá una vez que se termine nuestro
tiempo terreno también continuemos transitando nuevos pasillos, con novedades
generosas y quizá también con fantasmas que demanden la retribución respectiva
por nuestros errores.
La meta es el camino, dicen; y
podemos correr pero no llegar a ningún lado, como reza una vieja canción, pero
lo importante e inevitable quizá sea seguir moviéndonos.
-Matt A. Hari-
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