Viento Destino




“Que sea el viento el que enferme
y su sombra al fin descanse
debajo de un mueble
de roble ya gastado.”

-Pez-

“Cómo mata el viento norte (…)
la Luna sabe de su atracción.
Mientras nosotros
morimos aquí,
con los ojos cerrados.”

 -La máquina de hacer pájaros-

El estado de ánimo de algunas personas e incluso su salud mental dependen de los cambios meteorológicos. Es de conocimiento popular que la afluencia del viento Norte está relacionada con una mayor presencia de migrañas, cuadros depresivos, ansiedad e irritabilidad. Si bien se barajan varias hipótesis al respecto, todavía no existe un consenso científico sobre por qué determinadas variaciones climáticas producen determinados desequilibrios.

De más está decir que la fuerza eólica, por sí sola, no produce ningún efecto significativo. El viento, sólo cuando está asociado a las denominadas “corrientes de aire” puede tener una influencia significativa para la salud humana (al menos). Con estas corrientes suceden dos cosas. A la fuerza del viento y su respectiva corriente de aire se añaden, indistintamente, variables como la humedad, temperatura y presión; sin olvidar, por supuesto, los componentes gaseosos, contaminantes y partículas sólidas suspendidas en el aire mismo. El mero hecho de imaginar la reacción de nuestros cuerpos a tamaña variedad de agentes, puede inquietar nuestra mente (y por qué no nuestra alma) de maneras insospechadas.
Desde Roma, hace ya siglos, Séneca decía: «No hay viento favorable para quien no sabe hacia dónde navega». Tiempo atrás, aunque contemporáneo, el saber popular resuena en una máxima: «con viento norte no hay hombre bueno, ni mujer amable, ni caballo manso, ni víbora que no muerda ». Otras voces más mundanas lo llaman, peyorativamente, “el viento de los locos”.
Ahora, las preguntas obligadas: ¿Por qué el viento proveniente del Norte ocasiona estos desarreglos? ¿Qué sucede en el Norte que impacta de manera cabal en nuestra volición y en nuestra capacidad de enfrentar la rutina diaria?
Sencillo.
Según los expertos, el viento Norte erosiona y corroe las superficies. Las llena de fricción y las carga de iones positivos (¡oh paradoja!). Iones que aumentan, como una tromba exponencial, la agresividad y estimulan la violencia, alteran el buen juicio y propician el desarrollo de enfermedades y pestes. Dolores, molestias, incomodidad, miedos, sofocos…
Muerte.
¿Por qué debemos, paradójicamente, orientarnos -geográficamente, amorosamente, económicamente y hasta existencialmente- hacia un Norte? ¿Por qué dejarnos seducir por un punto cardinal que enloquece, que aliena nuestra existencia y luego se retira tan fugazmente de la misma manera que como llegó?
La respuesta es aun más simple… El bendito norte al que nos apuntan, desde niños, a seguir. Aquel que marcan todas las brújulas del mundo. Aquel al que la Rosa de los vientos dirige su mirada. Aquel que, de perderse, equivaldría a un naufragio seguro y,  por ende, controla nuestra forma de pensar ver el mundo que habitamos.
Europa, América, África y Oceanía. El Fohen, el Zonda y Chinook, el Berg-Wind y el Norwesterly, respectivamente.
¿Qué nos queda, más que aceptar la inevitabilidad del fenómeno? ¿Cómo combatir a un enemigo que no se puede ver ni tocar?
Al no conocer nuestro destino, cualquier camino valdrá. Pero, además de buscar un destino, deberemos trabajar el cómo, es decir,  los medios y el camino para llegar allí.
El panorama es claro. O nos acatamos a las reglas o cambiamos el rumbo.

Sin Norte.

A la deriva.


-Matt A. Hari-




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