Abrió un ojo. Lo encontró pesado y tembloroso.
Recorrió el cuarto semi oscuro con la vista pero no pudo diferenciar si ya era
de día.
Últimamente
le pasaba con demasiada frecuencia.
Se
palpó el cuerpo con las manos y notó que solamente lo cubría su ropa interior...la
misma que usó anoche. Cuando todo parecía una copia descarada del día de ayer,
una voz casi imperceptible lo incomodó:
-Tocáme
–susurró.
Confundido,
miro a ambos costados, afligido. Tratando de convencerse que aquella
insinuación no era más que su voz interior, se acomodó en su lugar.
Una
vez más, aquella intrigante voz repitió como un mantra:
-Vamos,
no seas así, acariciáme. Quiero que me enciendas.
Percatado
(y también excitado) de que esas palabras no provenían de su interior, se dejó
llevar y sumergió sus sentidos en la habitación oscura. Tanteó al costado de la
cama hasta encontrarse con el interruptor del velador; aquel velador de diseño
que había pagado de más en una feria art-decó.
Hecha
la luz, se sorprendió al ver otra luminosidad que provenía del otro lado del
dormitorio. Ésta, lejos de ser potente, parecía opaca y casi etérea, con un
dejo de aquellas luces que vemos al fijar nuestra mirada en el sol para después
cerrar los párpados. Casi sin pausa, escuchó:
-No
tengas miedo...ya es hora. Después de un mínimo silencio, continuó: -necesito
tus caricias.
Confundido,
y tratando de dilucidar si todo no era más que un sueño, se arrodilló en la
cama, agazapado, como a punto de dignarse a atacar. Titubeante, preguntó:
-¿Quien
sos?.
La
voz, con un tono más decidido, respondió haciendo caso omiso: -Necesito que te
abalances sobre mí y me hagas tuya de la misma forma que otras veces lo
hiciste. Te necesito. Quizás tanto como vos a mí. Quiero que recorras mi cuerpo
y me presiones con tus dedos... Poder sentirte... adentro mío.
Ya
desencajado y con una erección dolorosa, con su cuerpo dispuesto a recorrer
cada parte de aquella sensual petición, trastabilló al tropezar con un libro de
Sartre a medio leer. Lentamente (o eso pensó) se reincorporó apoyándose en su
silla preferida, dejándose caer pesadamente en ella. Cuando, sin quererlo, le pareció estar cara a cara con el brillo que
segundos antes lo había movilizado. Casi si querer, apoyo sus manos sobre ella
y la acarició lentamente, disfrutando el tacto de sus dedos sobre su ondulado
cuerpo. Continuó deslizando sus yemas de tal forma que sintió escribir algo en
ella. Unas palabras, tal vez.
Sin
reparo, aquella vaga luz relampagueó de golpe, casi imitando una descarga de
energía, una eyaculación. Se dejo caer,
pensativo; al momento que una mueca se dibujaba en su rostro.
En
ese momento, a esa hora del día, se dio cuenta que al clímax había sido mutuo:
había escrito cinco frases. Cinco malditas frases que daban comienzo al
capítulo 1 del ensayo que debía entregar horas más tarde.
¿Qué
había sido todo eso?
Alguna
vez creyó comprender el límite preciso entre la ilusión y la realidad.
¿Un
sueño, un desvarío? Las cinco frases se mofaban, indelebles y rebeldes, delante
de sus ojos.
Pese
a no ser demasiado, el sonrió satisfecho.
Ella, también.
-Matt A. Hari-
-Matt A. Hari-
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