Pequeños ensayos al borde de la locura





¿Y qué pasaría si Dios estuviera equivocado, o peor, si fuera una simple falacia para destemplar nuestra alma y hacernos pensar que hay un algo más allá del hoy? ¿Y si su “dios” no fuera más que un simple artilugio para no penar tanto en este valle de lágrimas? ¿Quién es tu dios, qué hizo por vos más de lo que vos hiciste por vos mismo? ¿Por qué hincarse ante algo que ni siquiera sabes a ciencia cierta si existe? La fe, ¿cuál fe? La fe en la inquebrantable tesitura de enfrentar tu destino y vencerlo, no en ser un genuflexo de un invento pagano. Eso no es fe, es ceguera. 

Un abrazo fraternal, un dolor en el alma venciendo la resistencia del cuerpo, esas palabras que jamás pudiste decir, eso es real y verídico. Un viaje de la mente al más allá, un poema gris como el último tango derramando su pena, tan gris y decadente como el atardecer de un domingo sin destino que atraviesa el ocaso rumbo a la nada. ¿Es acaso tu dios más real que todo eso? El alma, tu alma, mi alma, el último refugio de nuestras verdades fugaces y mentiras eternas, se alimenta de todo aquello que quisimos ser y que no pudimos. Esa frustración hiriente y casi insultante es más fuerte que todo un cúmulo de palabras sin ton ni son, que se pueden estrellar contra el tiempo como un manojo de ilusiones que chocan contra una desgarradora verdad. 

Recuerda a cada paso esos momentos en los cuales aparentabas entenderlo todo y en verdad hacías eso que te enseñaron de chico: fingir. Fingir ante lo desconocido, ante un dios que nunca estuvo ni aun cuando caíste una y otra vez. ¿Por qué te torturabas suplicándole en lugar de levantarte y seguir? ¿Es eso lo que hicieron con tu valor? ¿Cuánto hay de vos en tus errores y cuánto de ello es consecuencia de tu absoluta y perversa sumisión? Ni toda la sangre derramada por la desesperación ante tantos golpes vale el hecho de creer que sos menos que cualquier dios, ya desde el mero hecho de creer más en una figura a la que se debe rendirle pleitesía antes que en vos mismo, hay un error que te impide seguir en pie. Pero, ¿es realmente un error? ¿O tu cobardía para enfrentarte al mundo lo erige como tu luz y a la vez como responsable hasta del más aberrante de tus actos? ¿Es él quien maneja tu destino o solamente es la excusa perfecta para no rebelarte ante lo injusto de situarlo por encima hasta de tu hombría? ¿Qué es la cobardía ante la adversidad sino la muerte en vida? 

Es preferible mil veces aceptar nuestra cobarde resignación que dejar nuestro destino a manos de algo que usamos como miserable escudo. La corrupción del espíritu humano llega a tal punto que es capaz de ceder su voluntad con tal de no hacerse cargo de sus miedos y sus errores. Si Dios nos creó a imagen y semejanza, ante tamaña muestra de miserabilidad humana tal vez sea él quien nos inventó para exculparse por sus miedos. 


-Rodro Malamorte-

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