PH: Sebas Michia Fotografia / https://www.facebook.com/SebasMichiaFotografia
Muchas veces no terminamos de conocernos a nosotros
mismos. A medida que pasan los años comenzamos a creer que nada nos puede
sorprender y buscamos sin descanso aquellas cosas que rompan el molde y nos
devuelvan esa capacidad olvidada de maravillarnos como chicos.
En ocasiones, perdemos mucho tiempo en quimeras y
búsquedas interminables, para terminar recurriendo a ese recurso efectivo que
siempre estuvo allí esperándonos y listo para curar los males que nos aquejan.
El primer recital de los australianos Airbourne en
suelo argentino resultó ser esa dosis tan necesaria y efectiva de clasicismo
que los presentes necesitaban para entender de qué va ese estado mental que
denominamos «rock and roll».
En un recinto bastante lleno pese a tratarse de un
grupo relativamente nuevo y con poca rotación en medios masivos, las personas
que se acercaron al Teatro lo hicieron debido a la bien ganada reputación de la
banda en directo y a las influencias que defienden con uñas y dientes, quizás
por mantener vivo el legado de grandes bandas coetáneas como Ac/Dc, Rose Tattoo
y The Angels.
Pasadas las 20 hrs. La Naranja se encargó de dar
inicio a la velada. El quinteto –con Boff Serafine a cargo de una de las
guitarras- cumplió con creces el cometido de agitar a la audiencia. Sonaron
compactos y muchos de los presentes corearon cada una de las canciones,
logrando un adecuado ida y vuelta. El buen sonido y el manejo de las luces
terminaron por redondear un set ajustado y con momentos muy intensos. Se
despidieron con una versión de “Que sea rock” de Riff y dejaron al público
ansioso por degustar el plato principal.
A las 21:30 puntual, los Airbourne salieron a escena
y los primeros acordes de «Ready to rock» comenzaron a sonar a un volumen
bestial y con una nitidez a la que no nos tiene acostumbrado el recinto de
Flores. Lamentablemente, algunos desperfectos técnicos en el micrófono de Joel
O´Keeffe interfirieron con uno de los mejores momentos de comenzar un show de
rock. Pese a esto, el público cantó a viva voz el riff de la canción
demostrando un total apoyo a la banda, minimizando el imprevisto.
Cambio de micrófono mediante, no hubo concesiones
para desplegar todo el poderío del cuarteto en vivo. Pese a las referencias
obligadas en su música, cuentan con un arsenal de buenas canciones,
efectivísimas y con una intensidad envidiable para los tiempos que corren. Saben
reunir, mixturar y reelaborar un cóctel con lo mejor de esa música que torna
imposible no moverse o asentir con la cabeza como signo de aprobación. Pasaron
gemas como «Too much, too Young, too fast», una impecable «Down on you»,
«Breakin´outta hell», «Rivalry», una brutal «Grils in black» donde O´Keeffe coreó, arengó y hasta abrió una lata de cerveza a cabezazos para delirio de los
presentes. La recta final tuvo perlas como «Live it up» y una devastadora
version de «Runnin Wild» con un medley que incluyó extractos de «Paranoid» de
Black Sabbath y «Dirty deed done dirt cheap» de AC/DC. 11 temas y nada más
necesitó Airbourne para dejar a la audiencia totalmente complacida y a la
espera de una nueva visita en breve.
Grandes guitarras, grandes coros, una batería
marchosa y demoledora, más el agregado de la garganta privilegiada de O´Keeffe,
lograron elevar la temperatura del escenario a niveles legendarios. Y es justamente
ahí donde reside su poderío: en devolvernos noventa minutos en los que te das cuenta que todo el tiempo
estuviste con una sonrisa en el rostro, haciendo gestos de aprobación con
amigos o desconocidos y rememorando esas tardes donde nos maravillábamos con
aquellos discos clásicos que fueron nuestros faros en
momentos de desorientación y soledad. Eso es Airbourne. Sin pretensiones más
que pasar un buen rato, olvidarte de todo y agradecer que todavía existe esa
maravillosa música llamada Rock n´roll.
MATIAS SOSA
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